Quisiera ser Marilyn Monroe para
susurrarle, Sr. Director, un sensual “happy birthday” y dejar en su rostro el
rastro de mi pintalabios rojo, pero he de reconocer que me parezco más a la
cantante calva de Ionesco, y encima tengo una barba y una voz de barítono
altamente sospechosas. Me gustaría ser el enigmático genio de la lámpara maravillosa
de Aladino para arrancarle dos deseos (el tercero ya me imagino cuál puede ser,
y me parece indecoroso mencionarlo aquí, porque estamos en horario infantil).
Quisiera ser el actor británico de origen hebreo Peter Sellers para regalarle
también un “guateque” como el que diseñara Blake Edwards en “The Party”, con elefante y todo,
llenando de risas compulsivas el “mirador” desde el que otea con tanto acierto
el horizonte del Valle del Guadalhorce, siguiendo la emprendedora estela de los
primitivos pobladores fenicios del Cerro del Villar. Me gustaría ser, aunque
fuera de lejos, el inexorable tic tac del dios Cronos, para volver a escuchar
su entusiasta voz adolescente, en el fragor de aquella paella de 1995, gestada
en las inexistentes zonas ajardinadas del IES Jacaranda de Churriana-Málaga,
rodeado de tantas “almas bellas”, como diría elegantemente Schiller. Y entonar
así, como este último, una nueva oda a la alegría, en su honor, con
sobreabundancia beethoveniana agitando nuestros tímpanos, brindando por el
nuevo sol, y gritando a los cuatro vientos, al borde del delirio, ¡que el
placer se extienda entre todos nosotros! Muchas felicidades, amigo, disfrute al
máximo de su excelencia aristotélica, en el justo medio entre el exceso y el
defecto, y no se olvide, por favor, de subirnos el sueldo. Atentamente.
Rafael Guardiola
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