La primera intención al ponerme
delante del ordenador con el propósito de escribir este artículo era hacerlo
sobre un término compuesto por dos palabras que si bien podrían complementarse,
en estos últimos tiempos se repelen de forma considerable. Me refiero a la
“honestidad política”. Según mi manera de entender es
una cualidad o valor que debe tener cualquier político y
consiste en comportarse con decencia, expresarse con coherencia y sinceridad, y
actuar con justicia y honradez.
Eso era como
digo de lo que iba a tratar estos renglones, aunque parece ser que el espacio
entre la realidad tangible y el sueño impalpable, al que se refería el
prestigio psiquiatra británico Donald W. Winnicott como “espacio transicional”,
que es donde se sitúa la creación literaria y que podría asemejarse al cuarto
de juegos de un niño, en el que al igual que este construye su juguete de
piezas, la creación literaria en este espacio, se va armando y ensamblando por
así decirlo como un tren de palabras bien ordenadas y con sentido. Sin embargo
ese tren hoy tiene problemas de salida.
¿Y cuál será
el motivo? Creo que no es por falta de conocimiento de este humilde servidor
hacia todo lo referente a la política y a los que la practican. Simple y
llanamente ese tren no ha partido por hartazgo, si señores, hartura, atracón,
empacho y todos los sinónimos que de esta palabra exista en nuestra lengua.
Hartazgo que
raya el desaliento. Hartazgo de que personas que han sido elegidos como
nuestros representantes, hagan de su capa un sayo creyendo que esas
instituciones están a su servicio y no al contrario; hartazgo de que los
programas políticos sean papel mojado en cuanto consiguen el poder; hartazgo de
que siempre los palos vayan al mismo burro, al ciudadano de a pie; hartazgo de
que sean más conocidos jueces y magistrados (lo saludable es que pasaran
desapercibidos) que científicos, escritores y gente afín a la cultura.
No soy yo de
los que dice que todos los políticos son corruptos, la generalización no es
buena compañera de viaje, pues la mayoría son honrados y éticamente impecables.
Pero en estos últimos años han sido demasiados los casos sacados a la luz
pública (y los que no han salido) y se nos hace un tanto difícil separar al
político y la corrupción en cualquiera de sus vertientes: Prevaricación,
tráfico de influencias, malversación de fondos públicos, financiación ilegal de
partidos y sindicatos, apropiación indebida etc. Un buen elenco de delitos
directamente relacionados con los representantes del pueblo.
Definitivamente,
la musa encargada de la inspiración literaria en mi cuarto de juegos creativo
en lo referente al artículo que pretendía escribir se ha debido tomar el día
libre. O quién sabe, tal como están últimamente las cosas no sería de extrañar
que hubiera presentado su renuncia o tal vez la hayan procesado por robo de
propiedad intelectual y evasión de impuestos.
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