Es inevitable
que la vida me regale con frecuencia recuerdos de mi amiga Concha. Concha Pozas
Tormo llegó por vez primera al IES Jacaranda de Churriana en septiembre de
1993, aunque ya llevaba trece años dando clase en otros centros de Andalucía, y
hasta su fallecimiento, en noviembre de 2006, desempeñó con pasión los cargos
de tutora, Jefa del Departamento de Física y Química, y Directora. Concha era
(o es, gracias a los placeres de la memoria) una persona que no pasaba
desapercibida: una profesora muy querida por el alumnado, atenta a sus
preocupaciones y problemas; una excelente compañera, casi cómplice, siempre
sensible a las inquietudes del profesorado; y una mujer fuertemente
reivindicativa, defensora de causas
imposibles. En definitiva, un espíritu libre coronado por la alegría y el
entusiasmo. Ahora, si me permiten, continúo en presente.
A mi amiga
Concha le gusta el rojo. El efímero rojo de las amapolas y el olor de la
primavera excitan tanto sus sentidos, que más de una vez hemos estado a punto
de chocar por ello, de camino a casa, con los vehículos que circulaban en
sentido contrario. Cuando Concha me dice: “¡mira, Rafa, las amapolas!….
Tiemblo. Tiemblo, pero al mismo tiempo, me siento vivo, porque también a mí me
gusta lo prohibido, ir contra corriente, y contemplar el majestuoso cuadro de
la naturaleza.
A mi amiga
Concha le gusta el rojo, fijar su mirada cada mañana en el enorme incendio del
amanecer, cuando recorre, taconeando, el camino de su jardín y cierra la
verja blanca, aferrada a su carpeta. Y
si llueve, no pasa nada: para eso tiene un gran paraguas rojo y su roja
buganvilla presidiendo la entrada.
A mi amiga
Concha le gusta el rojo y el perfil recortado de la Sierra de las Nieves.
Cuando me dice: “¡mira, Rafa, la nieve!... vuelvo nuevamente a temblar.
Tiemblo, y me siento vivo una y otra vez, compartiendo con ella el penetrante
perfume del azahar y la sorprendente imagen de la flor blanca de los almendros
que han despertado en enero, cerca de mi casa.
A mi amiga
Concha le gusta el rojo, el verde de los olivos de su Linares natal y el azul
del Mediterráneo, y me dice que le gustaría aprender a pintar (no me extraña,
con tantos colores en su cabeza).
A mi amiga
Concha le gusta el rojo y sentir en su cara el cosquilleo de las burbujas del
agua cuando nadamos en la piscina de Torremolinos, después de hablar como los
viejos de nuestros achaques, y decirle al fisioterapeuta que estamos
estupendamente, para que no nos mande demasiados ejercicios. Un día de estos
nos ponemos las gafas, el tubo y las aletas en la reunión del Equipo Técnico de
Coordinación Pedagógica.
A mi amiga
Concha le gusta el rojo y los secretos que encierra el cielo estrellado, ese
enjambre de luces que parpadean, que trazan sendas en la oscuridad y coronan
sus sueños. Mira Rafa: “¡qué bien se ve Venus!... ¿y esa luz?... a lo mejor no
es un astro, sino una estación espacial”. Y yo le respondo: “puede que sea un reclamo
publicitario del alcalde, de cara a las próximas elecciones”.
A mi amiga
Concha le gusta el rojo y ser madre. Sus ojos se iluminan, me cuenta, al
recordar el sol y el mar acariciando su vientre habitado, tendida en la playa,
y destilan toda su miel cuando hablan de su hija, de su carácter inquieto, de
su tenacidad, de sus incesantes logros académicos, de sus viajes y proyectos.
Me dice: “hoy tengo prisa porque esta tarde viene Elisa de Granada y quiero
comprar pescado, que le gusta mucho”.
A mi amiga Concha
le gusta el rojo y ser nuestra amiga, compartir con nosotros el color del vino,
el calor de un abrazo, apoderarse de nuestras preocupaciones e intentar
protegernos con su gran manto rojo, quiera uno o no quiera.
A mi amiga
Concha le gusta el rojo y el mundo del conocimiento. Y también ser profesora,
ponerse la bata blanca, preparar las prácticas de laboratorio y salir a escena
para presentar su “espectáculo químico”, aunque sea a costa de violentar las
mentes adolescentes o enmendar la plana a los políticos y técnicos que diseñan
los sistemas educativos. Saber es poder, y a Concha le gusta estar muy bien
informada.
A mi amiga
Concha le gusta el rojo, el rojo de la revolución, el rojo de la Historia con
mayúsculas, el rojo de la libertad más dulce, el rojo compromiso con la
Humanidad, el rojo “del rayo que no cesa”, que agita las conciencias, que une
las rojas manos, que denuncia la injusticia, que da voz a la mujer.
A mi amiga
Concha le gusta el rojo y, sobre todo, reír.
Rafael Guardiola Iranzo
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