COLUMNA DE OPINION.EL FUTBOL NO ACABA NUNCA
“Uno de los
encantos del fútbol es la democracia de los goles, pues tiene el mismo valor
uno de sueño que otro metido con el culo”
(Ramiro Pinilla, novelista)
Ha terminado
la temporada de clubes. En unos días comienza el Mundial. El fútbol no acaba
nunca. De eso hablábamos el otro día en una reunión informal con amigos, cuando
uno de ellos me conminó a que escribiera un artículo sobre el deporte rey fuera
del profesionalismo, el que practicamos los aficionados. Buena idea, le dije.
Me dejó cavilando. ¿Sería capaz de hacerlo sin repetir convencionalismos ni
tópicos? Y llegó la inspiración. Fui a lo fácil. Pensé en él y en sus
compañeros.
A sus años
habían decidido bajar un peldaño, no ya por la edad y su menguante capacidad
física, no. El motivo era que el grupo se iba reduciendo y era una quimera encontrar veintidós hombres un
domingo por la mañana, así que desde hacía unos años se pasaron al tan de moda
fútbol siete. De esa forma con catorce valientes se podía formar dos equipos.
Al principio, los partidos se iniciaban con ocho en cada bando, aunque rara vez
no había algún lesionado.
Era un grupo
de soñadores, muchos de ellos orondos y barrigudos, que no envejecían, eran
incansables y pensaban que su generación nunca dejaría de jugar al balompié. No
les bastaba con disertar sobre alineaciones de los grandes equipos a los que
últimamente se había añadido su renacido Málaga.
Eran hombres
con un afán anticuado de olvidarse las espinilleras, al estilo Gordillo, o por
el contrario (la otra facción) calzarse las medias hasta las rodillas, la
mayoría roídas por el tiempo y los numerosos partidos de años de camaradería.
De recuerdos de juventud y madurez, que daban vueltas alrededor del campo a
velocidad de crucero, pocos nudos pero constantes, bajo la mirada atenta de
unos hijos ya adolescentes, e incluso algunos, ya nietos, que contemplaban con
admiración a sus abuelos atléticos.
El sueño de
aquellos años en los que la mayoría compitieron en Regionales y, algunos, en Tercera o en Segunda B, sobre campos de
albero, en pueblos perdidos en la geografía andaluza ante públicos bullangueros
y belicosos se transforma en una dócil realidad de la que disfrutan por el mero
hecho de poder jugar a su deporte favorito. Y, eso sí, terminar con la
consabida cerveza pospartido que a veces se enlaza con la paella familiar.
Ahora espero
que, al menos, mi amigo lea esta columna y vea como también él y sus compañeros
puedan ser protagonistas si se ven reflejados en estas líneas.
Antonio Villalba Moreno
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