Escribir libera la mente. Hacer ejercicio también. Al menos me
ocurre a mí. Me gusta hacer las dos cosas (aunque no al mismo tiempo), y
supongo que somos muchos los que compartimos ambas aficiones, por lo que he
pensado que, si las unimos, podemos sacar, entre todos, un tema interesante.
Últimamente no puedo hacer mucho ejercicio, no puedo jugar a una
de mis pasiones por una lesión crónica que de vez en cuando me avisa y me dice
“Oye, Antonio, aquí estoy”. Cuando esto ocurre, permanezco unos meses en dique
seco. Entonces tengo más tiempo para la escritura. En esta ocasión voy a
hacerlo sobre deporte y aúno de este modo mis aficiones.
Difícil situación plasmar sentimientos en un folio en blanco.
Desde hace unas semanas tengo en la cabeza una idea que no deja de darme
vueltas. Sobre todo desde el campeonato de Europa de baloncesto celebrado en
septiembre en Eslovenia. Allí nuestra selección hizo un gran papel, a pesar de
no contar con los pesos pesados del equipo.
Se llegó a la final de consolación y disfruté de lo lindo
viéndola. Ganamos a Croacia y conseguimos la medalla de bronce. Lógicamente, la
alegría no fue la misma que hace dos años, ni hace cuatro cuando fuimos
campeones. Pero me sorprendió mucho el comentario de mi hijo. Le propuse ir a
ver el partido a casa de mi hermano. Me contestó que no venía conmigo. “¿ Vas a
seguirlo en casa?” “Papá, ¿qué importancia tiene un tercer y cuarto puesto?” Ni
le rebatí. No sabía como hacerlo. Y, aunque esto ya pasó hace semanas, me ha
parecido oportuno publicarlo en el blog, es un tema que no tiene fecha de
caducidad.
Frente al televisor estábamos mi hermano, mi cuñado y yo. Tres
cuarentones. Mis sobrinos y mi hijo ni siquiera vieron el partido. Son treinta
años los que nos separan, redondeando. ¡Qué diferencia en unas décadas! Ahora
un tercer puesto es un fracaso cuando, en nuestra época, hubiera sido un
triunfo que habría copado las portadas incluso del Marca o del As (aún no
estaban Cristiano Ronaldo ni Casillas).
Las percepciones son diferentes. No por la edad, sino por los
acontecimientos. Años ochenta: llegar a semifinales era un éxito, la final de
la Olimpiada de Los Ángeles contra Estados Unidos un hito, la entrada de
Fernando Martín en la NBA un sueño.
Principios del siglo XXI: se ha perdido la cuenta de las
semifinales seguidas en distintos campeonatos. En los últimos Europeos hemos
sido dos veces campeones, una subcampeón y este año terceros; las últimas
finales de las Olimpiadas contra Estados Unidos les plantamos cara a jugadores
de la mejor liga del mundo y en Pekín no se ganó por la diferente vara de medir
en el arbitraje. Más de una decena de españoles han estado y, aún, están en la
NBA, algunos de ellos con una presencia mucho más que testimonial, yo diría que
primordial (Pau ha sido dos veces campeón). Y todo esto ciñéndonos al baloncesto.
Lo mismo podríamos decir en otros deportes. Hemos estado y seguimos estando muy
mal acostumbrados. Ahora el segundo puesto de Fernando Alonso en Fórmula 1 no
tiene importancia. David Ferrer, un topten durante varios años en el tenis
apenas se le presta atención porque Nadal lo ha eclipsado y a él se dedican
todas las portadas.
¿Valoramos lo que tenemos? Todo es relativo. Hasta el tiempo. No
es lo mismo un minuto en el dentista que tomando el sol en la playa. No es
igual quedar terceros tras muchas finales disputadas casi consecutivamente, que
cuando se hace de forma esporádica, después de una travesía en el desierto. En
estos años vamos en un autopista de peaje, así que cuando nos salimos de ella
los jóvenes no saben apreciar la autovía en la que, de vez en cuando, hay que
seguir rodando.
Hay que sufrir para disfrutar, ese es el equilibrio. Si no hubiera momentos difíciles,
complicados, incluso dramáticos, los momentos de felicidad no serían plenos. Lo que quiero hacer notar a través de
estas líneas es que los seguidores del baloncesto en España y del deporte en
general perciben agradables sensaciones proporcionalmente a la edad en la que
hayan nacido. Los cuarentones y cincuentones disfrutamos de lo lindo con esta
selección, también nuestros hijos, pero en menor medida, debido a que están
acostumbrados, desde la niñez, a ver a su país campeón.
Antonio Villalba Moreno
1 comentario:
Cuánta razón tienes primo, como bien dices, nosotros los cuarentones/cincuentones los estamos disfrutando más que los jóvenes. Y ellos, Dios no lo quiera, pueden darse cuenta de estos momentos de gloria cuando hayan pasado. Esto es un ciclo con todo en la vida.
Un artículo muy bien escrito. Felicidades.
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