El emperador Marco Aurelio tuvo el buen gusto de nacer
el mismo día que yo, y de aparecer fugazmente al principio de la película
“Gladiador” dirigida por Ridley Scott. Fue también un destacado filósofo
estoico, como el cordobés Séneca, y se atrevió a decir cosas tales como: “no
debes apartarte de tus principios cuando duermes, ni al despertar, ni cuando
comes, bebes o conversas con otros hombres”. En fin, que debemos estar siempre
atentos para no desviarnos de nuestras firmes convicciones, hasta el punto de
sacrificar el placer si fuera necesario, y tratar de representarnos
anticipadamente los problemas de la vida como la pobreza, el sufrimiento y la
muerte, mirándolos de frente y recordando que no son propiamente males, puesto
que no dependen de nosotros. Las claves para este aprendizaje tan disciplinado
y exigente son la meditación y la memorización, dos hembras muchas veces
olvidadas en nuestras aulas. Les confieso, no obstante, que a mí me resultan
más simpáticos los seguidores del Jardín de Epicuro, empeñados en gozar de la
contemplación de la naturaleza, de la concentración en los placeres presentes y pasados y, sobre
todo, de la amistad.
Y se
preguntará más de uno: ¿a qué se debe este desvarío conceptual? Seguramente se
debe a la impronta que ha dejado en mí la carta que recibí ayer de uno de mis
ex alumnos de Churriana, Jesús Fernández Jiménez, quien me agradece haberle
despertado la pasión por el pensamiento crítico y la búsqueda activa de la
justicia social. Lo cierto es que Jesús era ya un joven
"comprometido", como se decía en tiempos de los existencialistas
seguidores de Sartre, en aquel lejano día en el que nos conocimos. Si a finales
de los sesenta el compromiso era casi "una moda", hoy parece relegado
a los museos del pensamiento como una actitud exótica. ¡Bravo, Jesús, por tu
ejemplo!
La
tarea actual de la escuela se enfrenta a dificultades muy serias, obstáculos
que difícilmente puede paliar un marco legislativo como la LOMCE, una ley
inspirada en las apetencias del mercado y alejada del espíritu crítico, que
está acabando su periplo por el Senado y amenaza con inocular en las aulas el
gris virus de la razón instrumental. Habitualmente, la institución escolar se
tiene que hacer cargo de muchos elementos de la formación básica de los que, en
otro tiempo, se ocupaba la familia. Tiene asimismo que lograr que alumnos y
alumnas acepten someterse al esfuerzo que supone el aprendizaje en un momento
en el que cuesta trabajo afirmar con el romano Catón: “amargas son las raíces
del estudio, pero los frutos son dulces”, sin que te tiren algo a la
cabeza, y competir para ello, en muchas
ocasiones, con la influencia de los medios de comunicación de masas. Además, el
profesorado difícilmente puede apelar a la curiosidad de sus pupilos, puesto
que, normalmente, estos disponen de una enorme cantidad de información,
surcando el ciberespacio, de la que pueden echar mano con facilidad, con el
mínimo esfuerzo. Todo muy lejos de las palabras del escritor argentino Ernesto
Sábato: “el ser humano aprende en la medida en que participa en el
descubrimiento y la invención. Debe tener libertad para opinar, para
equivocarse, para rectificarse, para ensayar métodos y caminos para explorar”.
Pienso
que la escuela no debe limitarse a reproducir los valores y las actitudes
sociales dominantes, sino que debe intervenir activamente en la vida cotidiana
a través de sus instituciones. Por otra parte, la situación actual, a pesar de
los dislates de algunos políticos, también abre posibilidades prometedoras
porque la escuela pública democrática es una valiosa institución que contribuye
a desarrollar la identidad personal y colectiva, el sentimiento de pertenencia
a un proyecto común. No es, por tanto, un servicio más dentro del mercado, algo
que eligen y exigen los clientes que en él intervienen. La escuela pública debe
ser, ante todo, una escuela de ciudadanía.
Y
todo esto me atrevo a decirlo, siguiendo a Marco Aurelio y a Jesús Fernández,
quienes me han recomendado no apartarme de mis principios, aunque esté
durmiendo, ni al despertar, ni cuando coma, beba o converse con otros
hombres.
Rafael Guardiola Iranzo
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