En la Térmica hay fantasmas. Al menos uno. Se llama Javier,
tiene diez años y le gusta jugar a asustar a las limpiadoras que cada día sacan
brillo a las habitaciones de lo que antes de centro cultural fue un orfanato.
Ayer, Javier tuvo que disfrutar de lo lindo convertido en el protagonista de
una velada que lo rescató del más allá y lo trajo al más acá convertido en
relato. Lo hizo de mano de Antonio Villalba Moreno, el ganador del
ciclo 'Las contras de La Térmica' que organiza la institución cultural con
Diario Sur con el ánimo de aportar puntos de vista diferentes y chispeantes
sobre asuntos más que instalados en el imaginario colectivo. Si en el Día de
los Enamorados se habló de desamor y en el Día de la Madre, de las madrastras,
el asunto de ayer estaba más que claro: en la víspera del día de Todos los
Santos, tocó hablar de vida, de muerte, y de vida después de la muerte. Y se
hizo desde todos los puntos de vista: desde el literario -con el concurso de
relatos- al emocional -el público que llenó sala compartió alguna experiencia
asombrosa-, pero sobre todo el científico. Porque esos territorios comunes a
los que se refieren a los que han hecho el viaje de ida y vuelta, es decir, el
túnel, la sensación de paz, la luz intensa, la vida entera pasando en un
segundo ante nuestros ojos y los paisajes evocadores, tienen una base que nada
tiene que ver con los chascarrillos populares.
El baño de realidad en todas esas referencias que constituyen
una indudable fuente de fascinación lo puso el psiquiatra forense José Miguel
Gaona, el primero en asumir que ha aprendido «un montón de cosas para darme
cuenta de lo que aún me queda por conocer». A ese empeño por arrojar luz sobre
un terreno plagado de tinieblas lleva dedicándose el especialista más de media
vida, por eso construyó su intervención de ayer sobre una eficaz mezcla de
«ciencia y de experiencia». «Lo único claro -avanzó el especialista- es que
todos los que estamos aquí vamos a morir, y que de nosotros aproximadamente el
diez por ciento tendremos una experiencia cercana a la muerte». El doctor Gaona
enganchó al público con un buen número de ejemplos y certezas -hay pocas, pero
las hay- científicas: «El estado de bienestar que dicen sentir los que se han
enfrentado a ese trance se debe a la secreción de endorfinas del cerebro...
Luego puede venir la sensación de que abandonamos nuestro cuerpo, que podemos
escuchar conversaciones ajenas incluso a cierta distancia y, sobre todo, que en
el caso de los minusválidos esas limitaciones en sus capacidades desaparecen»,
dijo.
El factor cultural
Cada cultura, sin embargo, tiende a asumir la muerte de una
manera completamente diferente, y esa visión determina además la manera en la
que el individuo afronta ese momento. «En Asia por ejemplo no existe el túnel,
sólo unas luces que se van agrandando», observó el doctor, que compartió mesa
de debate tras el concurso de relatos con Sylvia Perel, directora del Festival
de Cine de Todos los Santos (Baja California) y de origen mexicano, una cultura
que celebra -literalmente- la muerte «como parte de la vida». Basta un dato:
cuando mañana los cementerios españoles se llenen de familias más o menos
compungidas recordando a los suyos, en México estas mismas familias se irán a
comer a los camposantos cerca de los nichos de sus muertos en una suerte de
jornada festiva que además está protegida por la Unesco.
Más cerca de esta visión colorista sobre la muerte se
encuentra el escritor José Antonio Garriga Vela, que a pesar de haber nacido en
Barcelona contempla el más allá «sin preocupación» e incluso es un tema
recurrente en sus novelas. Con ellos, el presidente de la Asociación de Amigos
del Cementerio de San Miguel de Málaga, José Luis Cabrera, muy agudo con la reflexión
de que sus clientes «están muertos y enterrados» y que apuntaló un estimulante
debate que se prolongó durante más de dos horas. Porque la muerte fascina como
parte de la vida. De la realidad y de la ficción; de esa misma de la que se
escapó el pequeño Javier para pedir, al final del relato, aplausos para Antonio
Villalba. «Yo no puedo. Estoy muerto». También los hubo para los otros cuatro
finalistas de este juego literario sobre el más allá: Francisco José Carrasco
('Todo cambia en un segundo'), Pedro Román ('Un sueño'), María José Peñalver
('Creer o no creer, esa es la cuestión') e Irene Sanz ('A la una').
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