lunes, 20 de octubre de 2008

EL ULTIMO TEMPORAL ESTUVO A PUNTO DE COSTARLE LA VIDA A UNA FAMILIA DE LA BARRIADA



Juan López, vecino de Churriana, empleado de la construcción, dice que ha vuelto a nacer y su familia opina lo mismo.

No le ha tocado la lotería, pero es como si hubiera sobrevivido a un maleficio, a la maldición universal. Desde hace dos días, sabe lo que es ver un rayo de cerca, mucho más de lo que podrían hacerlo las cámaras más avanzadas y expectantes.

La madrugada del viernes 17 cayó uno en su casa. "Fue como un gran flash que te ciega los ojos", dice.

Aún conmocionado por el suceso, López es consciente de que está vivo de milagro.

Bastaba poner un pie en el suelo para que el relámpago hubiera derivado en tragedia. "Si no llegan a estar durmiendo no lo cuentan", le confesaron los municipales.

Quién lo iba a decir. Había dado el día por concluido y estaba en la cama con su mujer. Su hijo descansaba en el dormitorio cercano. El cielo restallaba en tormenta.

¿Y qué? Sólo era una de tantas, el saludo militante al inicio del otoño. Pero no. inopinadamente, una explosión. Más rotunda que cualquiera. Diferente a todo lo que había escuchado hasta ese momento. "Parecía que la casa reventaba por dentro", explica.

El rayo entró por una conexión de cables y siguió el recorrido eléctrico por la cocina y el dormitorio. Ayer en su casa todo eran escombros. La estética sonaba a después del apocalipsis. Porque no fue sólo el rayo, sino sus destrozos. El ruido seco de pequeñas explosiones. La televisión, el microondas, la playstation del niño, todo destrozado. "Nunca pensé que esto me podía pasar a mí".

Lo peor no fueron los daños materiales. El pánico corría por las paredes. Ni Juan, ni su mujer, ni su hijo, acertaban a comprender lo que pasaba. La luz blanca que ciega, las detonaciones, pensaron que era un terremoto, una bomba, algo inequívocamente feraz y terrible. Estaba muy oscuro y todos tenían miedo. Lloraban. Juan fue el valiente. Agarró la linterna y echó un vistazo. Desolación. No sabían a quién llamar y acabaron telefoneando a los municipales.

Todo tiene su explicación. Está claro que no puede ser un castigo. El gran diluvio está en el Antiguo Testamento y las bombas no persiguen el cableado eléctrico. Poco a poco llegan las primeras insinuaciones de respuestas. Juan no descarta que la zona esté desprotegida. Hace poco, dice, retiraron el pararrayos que coronaba el colegio Jacaranda, situado a tan sólo doscientos metros de la casa familiar. Las cuentas no le encajan. Según sus cálculos, no hay ninguna antena desde su domicilio al Aeropuerto. No sabe si su potencia será suficiente, pero es el hombre que sobrevivió al rayo

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