jueves, 23 de octubre de 2014

LA FILOSOFÍA ANTE LA CRISIS[i]




Toda crisis lleva aparejada la ruptura de algo. En los individuos se manifiesta como ruptura del mundo de creencias en que se mueven: proyectos en los que se han embarcado y pierden sentido, acciones que dejan de tener valor. En la sociedad aparece como ruptura del sistema de vida en común. Formas de gestión de la cosa pública, antes aceptadas o toleradas, entran en descrédito y empiezan a ser cuestionadas o rechazadas. Comportamientos sociales antes habituales se convierten en dudosos y terminan siendo mal vistos. De pronto se nos muestra todo lo negativo, aunque la crisis no lo ha creado. Lo negativo estaba latente; lo que ha hecho es resaltarlo, hacerlo patente.
La crisis en la que ahora estamos inmersos tiene un origen financiero, pero ha afectado tanto a las relaciones económicas como a la vida social en general. Frente a otras anteriores, esta crisis ha alcanzado a las capas más profundas de la sociedad. No sólo es el mundo económico el que se tambalea, sino las formas de vida, los consensos políticos y el modelo educativo. La economía es en parte ciencia y en parte praxis, en la que la toma de decisiones resulta fundamental. Hay decisiones apropiadas y otras que no lo son. No todas son válidas. Como toda praxis necesita de una regulación. Dejar que los agentes económicos actúen en completa libertad, movidos exclusivamente por intereses particulares puede llevar a la catástrofe, como así ha sido. La crisis ha puesto de relieve la inestabilidad propia de los procesos económicos que no se dominan. Hipotecas concedidas a quienes no podían pagarlas y que sólo beneficiaban a quienes las comercializaban, paquetes financieros de bello nombre y contenido oscuro, intencionadamente dirigidos a engañar y a apropiarse del dinero ajeno sin control por parte del estado, préstamos concedidos sin suficientes garantías. Todo ello ha generado una burbuja financiera que ha terminado por explotar, dejando al descubierto antiguos vicios: cajas de ahorros subordinadas a intereses espurios en detrimento de su función social, entidades en quiebra saneadas con el dinero de todos, bancos dedicados a hacer favores políticos.
La entrada en el euro ha venido a complicar las cosas. En vez de aumentar el rigor ante la imposibilidad de hacer una devaluación de la moneda nacional, nos dejamos llevar por los viejos hábitos. Los precios se ajustaron alegremente al alza, que no los salarios. Las deudas hipotecarias se asumieron con parecido entusiasmo. Los pisos nunca bajan, los salarios siempre suben –se decía. Los productos importados eran mucho más accesibles; el euro era tan fuerte… Ser mileurista era casi una desgracia. Ahora los salarios más frecuentes apenas llegan a esa cifra, en el caso de tener la suerte de percibirlos. El paro se ha situado en cotas insostenibles y las condiciones de vida han empeorado notablemente para la mayoría de la población, como nunca se había visto en fechas recientes. Ha aumentado la desigualdad entre los que tienen mucho y los que a duras penas pueden subsistir.
Y mientras tanto la clase política ha hecho oídos sordos a la crisis, negándola incluso, hasta que la amarga realidad se ha impuesto. Enredada en batallas maniqueas de buenos y malos, preocupada por sus propios intereses y no por los de la ciudadanía, ansiosa por mantenerse en el poder a toda costa olvidando que la labor política es un servicio y no un oficio, ha acaparado el mayor descrédito de los últimos decenios. Nada que ver con la transición democrática de finales de los setenta, en la que los consensos logrados permitían vislumbrar un futuro de esperanza. Pero ese futuro oteado en el horizonte se ha ennegrecido y otra vez hemos vuelto a reeditar antiguos enfrentamientos que creíamos ya superados.
El sistema educativo es otra muestra de la crisis, con el agravante de que no es nueva y sobre el que lamentablemente no hay consenso entre las diferentes fuerzas políticas, como lo evidencian las sucesivas reformas que se han realizado desde la transición democrática. La escolarización obligatoria hasta los 16 años supuso un logro social y cultural importante, pero ningún gobierno la ha dotado de una financiación adecuada para que cumpla con el fin de contribuir a paliar la desigualdad de oportunidades entre los ciudadanos de nuestro país. Si a la falta de recursos económicos y a la restricción del gasto provocada por la crisis actual, unimos la ausencia de una discriminación positiva, entendiendo erróneamente la igualdad como primacía de la mediocridad sobre la excelencia, y con colectivos claramente perjudicados desde el punto de vista económico (parados, emigrantes, familias sin recursos, etcétera), se da la paradoja de que la auténtica discriminación educativa recae en los centros ubicados en los barrios más pobres, para los que la reducción de profesorado y de medios, y el aumento de la carga lectiva horaria suponen una severa caída del rendimiento escolar.
Ante esta situación la filosofía no puede permanecer indiferente. En el proceso de reflexión filosófica hay un primer momento crítico, de ruptura de evidencias. La auténtica filosofía nace de una crisis cognitiva, cuando tomamos conciencia de que las explicaciones que damos de las cosas no son ya suficientes. Necesitamos realizar un profundo análisis de todo aquello que se nos ha vuelto discutible, dudoso, como paso previo al desarrollo de una nueva explicación. Este momento crítico-analítico se complementa con otro posterior sinóptico-comprensivo, en el que las antiguas cuestiones van planteándose y resolviéndose, si cabe, ante una nueva luz del entendimiento. La filosofía surge de la crisis pero no se instala en ella. La filosofía es, como su propio término indica, amor por el conocimiento, amor por entender lo que nos pasa. No es un amor cualquiera, sino un amor intelectual.
La economía debe recuperar sus primitivos orígenes éticos evitando caer en el individualismo. Sin desdeñar la importancia del interés personal y la competitividad que necesitan de la libertad para su desarrollo, ahora deben añadirse valores tan necesarios como la igualdad y la solidaridad. El libre juego de relaciones, la búsqueda de beneficio y la creación de riqueza no deben tender a aumentar las desigualdades sociales, ni tampoco las desigualdades entre los estados. Hay que encontrar mecanismos por los que el aumento de riqueza de una clase social no se sustente en la explotación de las clases más desfavorecidas, ni el desarrollo de un conjunto de países hunda al resto en la miseria. La desigualdad no es una consecuencia inevitable del desarrollo económico. Urge elaborar medidas que regulen adecuadamente el sistema financiero, impidiendo la reedición de una crisis como la actual.
La sociedad, por otra parte, debe dar un paso adelante y recuperar plenamente los derechos ciudadanos, sin olvidar que implican deberes. Hay que abandonar el viejo hábito de pensar que el estado debe resolver nuestros problemas individuales, considerando que el estado somos todos y que todos debemos participar en el ámbito de lo público a través de las diversas organizaciones sociales. Hay que aplicar una moral estricta, por la que comportamientos como el engaño, la falsificación, el robo, el soborno, la prevaricación, el despilfarro y la incompetencia manifiesta deben ser castigados con rigor. En el plano de las relaciones interindividuales hay que abandonar las actitudes hostiles y de rechazo por otras de ayuda y colaboración. El otro no es un enemigo sino un socio en la realización de un proyecto de vida en común. La sociedad española debe dejar de ser una sociedad crispada y enfrentada para dar paso a otra más sosegada, en la que sean posibles los acuerdos comunes.
A su vez, la esfera política debe funcionar en conexión con la social. El ejercicio del poder político, por muy importante que sea, es temporal y añadido a otras tareas. Los partidos políticos deben tener conciencia de que no son ellos los que representan al pueblo, sino los ciudadanos que han ido en sus listas. Los partidos son sólo organizaciones que agrupan a ciudadanos de opiniones similares. Y es a estos a los que hay que pedir responsabilidad. Hay que desarrollar el Estado de Derecho mediante leyes orgánicas que establezcan con total claridad el funcionamiento independiente de los tres poderes del estado: legislativo, ejecutivo y judicial. Hay que avanzar desde una democracia por representación hacia una democracia por participación, introduciendo elementos de democracia directa que ahora son viables mediante la aplicación de las nuevas tecnologías.
En el ámbito educativo es cada vez más necesario y urgente un pacto entre todos los agentes implicados: la sociedad, los profesores y los políticos. Se trata de un pacto social y no sólo político. La educación no puede ser un arma arrojadiza entre unos partidos y otros, sino el lugar donde se prepare a los ciudadanos para realizar las funciones que más tarde han de ejecutar en la sociedad; preparación que ha de llevarse a cabo en atención a sus intereses y capacidades, con absoluto respeto a su forma de pensar y primando por encima de todo la excelencia. En este sentido la Filosofía debe ocupar un puesto central, porque sin ella no es posible una ciudadanía crítica y responsable.
Estos son los retos de nuestro tiempo. A ellos debe responder la Filosofía si quiere ser fiel a sí misma.

ASOCIACIÓN ANDALUZA DE FILOSOFÍA
Septiembre de 2014


[i] Manifiesto elaborado y suscrito por los ponentes y asistentes al X Congreso de la Asociación Andaluza de Filosofía, “Filosofía en tiempos de crisis”, celebrado en la “Casa de la Provincia” de Sevilla, los días 12, 13 y 14 de septiembre de 2014. El profesor del IES Jacaranda de Churriana,  Rafael Guardiola, miembro del Comité Organizador de dicho Congreso, es el actual Secretario de la Asociación Andaluza de Filosofía.

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