domingo, 22 de junio de 2014

LA PIEL DEL MAR.




Rasgó la piel ocre del tiempo, y un mágico embrujo ondulado abrió el humo azul del encuentro. Rasgó verticalmente la epidermis con la precisión del cirujano, allí donde las sombras se disuelven, a ambas orillas del terso rostro del corazón encarnado. Sin refugio se muestra y yace hecha jirones de blanca miel de cobre sucio en el frío lecho de la autopsia, y tu largo cabello se enreda entre las patas de la camilla. Son manos recortadas, melodías fantasmas, como el buque de Wagner, con aristas y negras. Sin depender de la luz, del eco de las voces vivas, de nadie, forja alada un líquido adiós. Es la bailarina de la noche cerrada, sólo vestida con el viscoso tul de los fieles retratos del desamor. Y el tul se desliza geométricamente hasta precipitarse, planeando sobre el suelo más aséptico. Sigue y sigue la mirada entonando la ardiente ruta de sus fríos senos, acariciando el aire más que confuso que los muertos respiran en silencio, mientras sus afilados dedos de mimbre se agitan inmóviles en un beso humillado. Se extienden y resisten lejos de ti, lejos del viento de aquella tarde neutra, descubriendo un mundo habitado como las olas mudas de los cuerpos deseados bajo un mar en guerra. Un mundo visten y desnudan con los elegantes gestos de las calles gris ceniza pobladas por hombres sin rostro. Te embriagan el olor penetrante del filo de escalpelo y las curvas del desprecio, ese filo que rasgó el amor, que rasgó la piel del mar, con el que ahora diseccionas la intimidad del pasado con tu inmaculada barba blanca. Nadie sabe que fuiste tú quien desgarraste hace pocas horas, con pasión y precisión milimétricas, la piel de un mar cercano que tantas veces te había hecho enloquecer.


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