domingo, 9 de febrero de 2014

COLUMNA DE OPINION.¡QUE LE VOY A CONTAR YO,QUE USTED NO SEPA!





No se me olvidará la respuesta que dio en un examen final de Historia uno de mis alumnos del último curso de Bachillerato (entonces se llamaba COU) de un Instituto madrileño, allá por 1986,  a la pregunta “Explica en qué consistió la Primera Revolución Industrial”, ni la cara de mi atribulado compañero de evaluación, profesor novel como yo, desarmado por la osadía y  desparpajo de nuestro pupilo. La respuesta fue: “¡qué le voy a contar yo, que usted no sepa!”. Una contestación impecable desde el punto de vista lógico, aunque aparezca un interesante operador “epistémico” –saber- que lo complica todo. ¿Qué es lo que yo sé? ¿Sabe alguien qué conocimientos atesora mi maltrecho cerebro? Porque puede suceder que el lector sepa que soy un fiel conocedor y devoto del archiconocido KamaSutra, compilado por el brahmán Vatsyayana, y del Ananga Ranga recopilado en 1172, pero desconozca mi pasión por El jardín perfumado, escrito en el siglo XVI por el jeque Netzawi, libro que tiene en cuenta tanto el bienestar sexual del hombre como el de la mujer.

Por no hablar de mi capacidad de simulación, de emplear las palabras para ocultar deliberadamente la verdad en función de mis deseos e intereses, oficio del que fueron maestros los Sofistas griegos del siglo V a C. Les confieso que dos años antes, en 1984, mi gran amigo José Mayoral Esteban, al que no veo desde hace una eternidad, un filósofo que derrocha inteligencia y dotado de la peor risa posible para un espía, fue capaz de demostrar un teorema que se inventó al salir a la pizarra, para sorpresa y gozo de los presentes en aquella clase de Historia de la Lógica –cinco alumnos/as y una profesora-, y un servidor se atrevió a bautizar públicamente aquella proeza como “teorema de Bilharzia”, haciendo gala de una desfachatez pareja a la de mi alumno en su examen de Historia. ¿Te acuerdas María José? María José Edreira Vázquez, a quien dedico estas palabras, filósofa gallega de ojos profundos y expresivos, que ha acabado trabajando en Radio Televisión Española, tras una agitada vida profesional e intelectual, dentro y fuera de España, y sin flaquear en su vocación feminista, fue una de las espectadoras privilegiadas de este magnífico ejemplo de simulación perversa. El presunto miembro de la famosa Escuela de Varsovia, según aseguré con firmeza, era el nombre de una molesta enfermedad que contrajeron, entre otros, los primeros obreros que trabajaron en la Presa de Asuán, al introducir sus piernas desnudas en las aguas del río Nilo, y de la que nos habían hablado años atrás en clase de Antropología. Para su información, la Bilharziasis (Esquistosomiasis) es una enfermedad parasitaria producida por la presencia de un trematodo del género Schistosoma en el sistema venoso mesentérico o vesicular de los humanos, durante su ciclo de vida que puede durar años, según nos dice la ciencia oficial. Nada que ver con el paso necesario de las premisas a la conclusión de los razonamientos deductivos, como habrán podido comprobar, ni con la respuesta que, al parecer, dio un alumno de la ESO, si nos fiamos de los documentos que inundan el ciberespacio: “¿Qué son los marsupiales?: Los animales que llevan las tetas en una bolsa”. En fin, que siempre me ha gustado hacer el gamberro, aprovechándome del camuflaje que me brinda la seriedad y la cara de no haber roto un plato, eso sí, evitando la crueldad y teniendo al cínico Diógenes de Sinope como bandera. Y es que  “en Holanda –afirma otro adolescente avezado en el mundo del conocimiento- de cada cuatro habitantes, uno es una vaca”, y “Caín mató a Abel con una molleja de burro”.

“¡Qué le voy a contar yo, que usted no sepa!” es lo que se me ocurre decir cuando me entero, por el diario El País, que con cerca de un millón de euros se puede adquirir la nacionalidad y la residencia europeas en Malta, España, Portugal, Chipre o Grecia. Kinga Göncz, europarlamentaria socialista húngara, declara, en el reportaje citado: “asistimos a una competición entre países de la Unión Europea por ver quién se lo pone más fácil a los ricos y quién vende más permisos de residencia”… “es un fenómeno que mueve mucho dinero y que es muy peligroso porque atenta contra los valores europeos que establecen la no discriminación entre las personas. Por un lado ponemos todo tipo de barreras a los refugiados para que no entren, y por otro abrimos las puertas a los extremadamente ricos. Esto es algo que choca con el espíritu del proyecto”. En países como Malta o Chipre,  el pasaporte se puede conseguir a cambio de inversiones o dinero en metálico. En otros, como Portugal, España, Letonia, Austria o Reino Unido se logra la residencia gracias a la adquisición de una vivienda o invirtiendo en deuda pública o en un negocio y, habitualmente, después de una serie de años, se logra la nacionalidad. Y luego están los casos de “interés nacional”, argumento que emplean 22 países de la UE para conceder la nacionalidad a inversores, deportistas o artistas. Suscribo, por todo ello, las palabras del entusiasta filósofo murciano Antonio Campillo Messeguer, Decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Murcia y Presidente de la Red Española de Filosofía (REF) en la que nos integramos los miembros de la Asociación Andaluza de Filosofía: “Esta es la muestra más clara de la quiebra del proyecto europeo y de la sumisión de los gobiernos al poder del dinero: los extranjeros ricos pueden comprar la ciudadanía de un país como España, mientras que los pobres de la Tierra mueren en el intento de cruzar la frontera, o son expulsados, o recluidos en los centros de internamiento, o sometidos a toda clase de humillaciones xenófobas”. Al ser preguntado sobre los conceptos de trabajo y energía, otro adolescente nos da la clave: “Trabajo es si cogemos una silla y la ponemos en otro sitio, energía es cuando la silla se levanta sola”. Nos pasamos la vida moviendo las sillas de sitio, con la esperanza de que, algún día, las sillas se levanten solas.

Rafael Guardiola








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