domingo, 26 de enero de 2014

COLUMNA DE OPINION.ME EMOCIONO,LUEGO EXISTO.



La noticia de la muerte del laureado director de orquesta Claudio Abbado, el pasado lunes 20 de enero, hizo que se humedeciesen mis ojos. Todavía conservo la sal de esa tímida lágrima, como diría Shakespeare para rubricar un reproche de Hamlet a su madre, y la sorpresa del gesto. “Los chicos no lloran”, era una de las consignas de la educación androcéntrica de los niños de mi generación, allá en el Jurásico, empeñada en borrar las emociones de nuestros tiernos rostros y fijarlas al mal llamado “sexo débil”, llevando el estoicismo hasta el paroxismo. No obstante, una de las cosas que he aprendido del viejo Aristóteles es que las pasiones nos pueden hundir en la mayor de las miserias, a paso acelerado, en multitud de ocasiones, pero también pueden servirnos de guía para nuestros pensamientos y valoraciones, o lo que es lo mismo, para nuestra supervivencia. La cuestión, según Aristóteles, es encontrar la forma idónea para expresar las emociones. Por eso se atreve a decir en su Ética a Nicómaco: “Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”. Mi lágrima se gestó en el momento oportuno, en pleno desayuno, justo antes de saborear las excelencias de una tostada con aceite de oliva virgen procedente de un hermoso municipio malagueño. Como se podrán imaginar, no surgió por mi proximidad familiar o amistosa con Abbado, sino como fruto inconsciente de una asociación, dado que mi padre fue, como don Claudio, músico y director, y hace ya muchos años que la vida me ha privado del calor de sus manos y la magia de su risa. Y ya saben que la tristeza que nos produce la muerte de los seres queridos se debe, fundamentalmente, a la imposibilidad de restablecer la relación con ellos, y no tanto a una reacción empática con su sufrimiento. En fin, que me emociono, luego existo.

Es un orgullo ser amigo de José Biedma López, filósofo natural de Úbeda y uno de los socios fundadores de la Asociación Andaluza de Filosofía a la que me honro en pertenecer. Es un humanista erudito con inquietudes científicas contrastadas, que nada tiene que envidiar a los intelectuales del Renacimiento, y que presta su calor y su entusiasmo, de forma altruista, a todos los aprendices de filósofos. Ese calor tan cercano que sentía, como he dicho, gracias a la magia de mi padre, y que me comunica la música en un trance poético, retratando la respiración de la vida, como si invocase al mismísimo Nietzsche. A través de las redes sociales nos regala también fotos sorprendentes y escenas de la vida natural –de esos animales y vegetales que han eliminado las programaciones oficiales de la LOMCE- y nos da noticia de curiosidades sobre la physis dignas de mención, en sintonía con su curiosidad connatural. Todavía no sabe que compartimos la pasión por los insectos, esos pequeños, disciplinados y resistentes organismos sin cerebro que han sido capaces de colonizar múltiples hábitats del planeta, a lo largo y ancho del proceso evolutivo, aunque sean capaces de irritar a pensadores tan ilustres como el existencialista francés Jean-Paul Sartre. Gracias a José Biedma sé que las esponjas, uno de los organismos de estructura más sencilla, “estornudan”. Investigadores de la Universidad de Alberta (Canadá) han grabado en vídeo el estornudo de una esponja. Como la esponja carece de sistema nervioso, los científicos creen que esta reacción es una clara evidencia de que disponen de un órgano sensorial. Las esponjas estornudan, luego sienten. Y como Bob Esponja es, obviamente, una esponja, entonces siente. Otra cosa es que pudiese llegar a pensar o atreverse a aparecer en pantalla sin sus calzoncillos afuncionales, mostrando sin pudor sus agujereadas vergüenzas, para deleite de sus innumerables admiradoras y admiradores. Las esponjas estornudan, tal vez sientan, pero no son capaces, ni siquiera en el Planeta de los Simios, de valorar la oportunidad de estas palabras del filósofo escocés David Hume: “es imposible que surjan las artes y las ciencias en ningún pueblo, a menos que ese pueblo haya recibido la bendición de tener un gobierno que respete la libertad”. A lo mejor, Bob Esponja es más feliz que nosotros.

Rafael Guardiola

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