La noticia de la muerte del laureado director de
orquesta Claudio Abbado, el pasado lunes 20 de enero, hizo que se humedeciesen
mis ojos. Todavía conservo la sal de esa tímida lágrima, como diría Shakespeare
para rubricar un reproche de Hamlet a su madre, y la sorpresa del gesto. “Los
chicos no lloran”, era una de las consignas de la educación androcéntrica de
los niños de mi generación, allá en el Jurásico, empeñada en borrar las
emociones de nuestros tiernos rostros y fijarlas al mal llamado “sexo débil”,
llevando el estoicismo hasta el paroxismo. No obstante, una de las cosas que he
aprendido del viejo Aristóteles es que las pasiones nos pueden hundir en la
mayor de las miserias, a paso acelerado, en multitud de ocasiones, pero también
pueden servirnos de guía para nuestros pensamientos y valoraciones, o lo que es
lo mismo, para nuestra supervivencia. La cuestión, según Aristóteles, es
encontrar la forma idónea para expresar las emociones. Por eso se atreve a
decir en su Ética a Nicómaco: “Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy
sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el
momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente,
no resulta tan sencillo”. Mi lágrima se gestó en el momento oportuno, en pleno
desayuno, justo antes de saborear las excelencias de una tostada con aceite de
oliva virgen procedente de un hermoso municipio malagueño. Como se podrán
imaginar, no surgió por mi proximidad familiar o amistosa con Abbado, sino como
fruto inconsciente de una asociación, dado que mi padre fue, como don Claudio,
músico y director, y hace ya muchos años que la vida me ha privado del calor de
sus manos y la magia de su risa. Y ya saben que la tristeza que nos produce la
muerte de los seres queridos se debe, fundamentalmente, a la imposibilidad de
restablecer la relación con ellos, y no tanto a una reacción empática con su
sufrimiento. En fin, que me emociono, luego existo.
Es un orgullo ser amigo de José Biedma López, filósofo
natural de Úbeda y uno de los socios fundadores de la Asociación Andaluza de
Filosofía a la que me honro en pertenecer. Es un humanista erudito con
inquietudes científicas contrastadas, que nada tiene que envidiar a los
intelectuales del Renacimiento, y que presta su calor y su entusiasmo, de forma
altruista, a todos los aprendices de filósofos. Ese calor tan cercano que
sentía, como he dicho, gracias a la magia de mi padre, y que me comunica la
música en un trance poético, retratando la respiración de la vida, como si
invocase al mismísimo Nietzsche. A través de las redes sociales nos regala
también fotos sorprendentes y escenas de la vida natural –de esos animales y
vegetales que han eliminado las programaciones oficiales de la LOMCE- y nos da
noticia de curiosidades sobre la physis dignas de mención, en sintonía con su
curiosidad connatural. Todavía no sabe que compartimos la pasión por los
insectos, esos pequeños, disciplinados y resistentes organismos sin cerebro que
han sido capaces de colonizar múltiples hábitats del planeta, a lo largo y
ancho del proceso evolutivo, aunque sean capaces de irritar a pensadores tan
ilustres como el existencialista francés Jean-Paul Sartre. Gracias a José
Biedma sé que las esponjas, uno de los organismos de estructura más sencilla,
“estornudan”. Investigadores de la Universidad de Alberta (Canadá) han grabado
en vídeo el estornudo de una esponja. Como la esponja carece de sistema
nervioso, los científicos creen que esta reacción es una clara evidencia de que
disponen de un órgano sensorial. Las esponjas estornudan, luego sienten. Y como
Bob Esponja es, obviamente, una esponja, entonces siente. Otra cosa es que
pudiese llegar a pensar o atreverse a aparecer en pantalla sin sus calzoncillos
afuncionales, mostrando sin pudor sus agujereadas vergüenzas, para deleite de
sus innumerables admiradoras y admiradores. Las esponjas estornudan, tal vez
sientan, pero no son capaces, ni siquiera en el Planeta de los Simios, de valorar
la oportunidad de estas palabras del filósofo escocés David Hume: “es imposible
que surjan las artes y las ciencias en ningún pueblo, a menos que ese pueblo
haya recibido la bendición de tener un gobierno que respete la libertad”. A lo
mejor, Bob Esponja es más feliz que nosotros.
Rafael Guardiola
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