Ojeando la prensa digital hace unos días, me topé con esta
noticia:
“El nuevo One World Trade Center de Nueva York será el
rascacielos más alto de Estados Unidos, este edificio, que ocupará el lugar de
las Torres Gemelas y homenajeará a las víctimas del 11-S. mide, con antena
incluida, 541 metros.
Una vez terminado -se espera que esto ocurra a principios de
2014-, el nuevo rascacielos de Nueva York podría ser clasificado como el tercer
edificio más alto del mundo”.
Como bien sabéis el pasado mes de septiembre se han cumplido
doce años de la masacre de las torres gemelas de Nueva York. Muchos recuerdos
desagradables nos vienen a cada uno de nosotros de esa trágica jornada.
Por mi parte, recuerdo de ese día que la dirección comercial
del hotel Cervantes de Torremolinos nos habían invitado a mis compañeros de la
agencia y a mí a almorzar en su hotel para celebrar una próspera temporada
veraniega que llegaba a su fin – nada que ver con la de estos últimos años-.
Una vez finalizado el almuerzo buffet de este excelente cuatro estrellas, el
director del hotel nos condujo a visitar unas habitaciones que acababan de
remodelar en las plantas superiores. Desde esas plantas con sus maravillosas
vistas se podía contemplar todas las playas del paseo marítimo de Torremolinos
y muy a lo lejos se lograba divisar la bahía de Málaga en un día soleado, claro
y azul. Nos sentimos en esos momentos
recompensados y merecedores de ese espectáculo de luz y color que fácilmente
estas tierras son capaces de trasmitir. Nada hacía presagiar lo que acabada de
suceder a miles de kilómetros de distancia.
Nos llegó por boca del subdirector del hotel. Este nos
comunicó la noticia de que unos aviones se habían estrellado contra el Word
Trade Center, las torres gemelas de New York. Lo primero que se nos pasó a
todos al unísono por la cabeza fue que podría estallar una nueva guerra y esta
sería mundial y sin remedio, nos podía afectar a todos. Nos fuimos temerosos a
la oficina y pasamos toda la tarde pegados a la radio escuchando las noticias
en ocasiones contradictorias de lo que había sucedido.
Ahora hace doce años de aquella cruel masacre y todavía
recuerdo –lo mismo les ocurrirá a ustedes-
la caída de las torres. Imágenes terribles de ese suceso emitidas días
después. Personas arrojándose por las ventanas al vacío -era preferible saltar
que quemarse-. Toda una desgracia. Supervivientes dando testimonio de su
experiencia, familiares de los fallecidos contando las últimas conversaciones
telefónicas con las futuras víctimas, además de policías, bomberos, sanitarios,
etcétera.
Reflexionando sentado en la butaca preferida de mi casa,
después del paso inexorable del tiempo, y desde todo el respeto y desolación
que merece la pérdida de tan solo una persona, me doy cuenta que las víctimas
de ese atentado han tenido homenajes y reconocimiento y lo que eso pueda
conllevar. Se celebraron a lo largo de la semana gran cantidad de ellos en todo
el mundo. Y se siguen celebrando después de los años. Son homenajes a cerca de
3000 personas –contando todos los atentados de ese día- que serán recordadas
durante muchos años, incluso algunas son aclamadas como héroes. Por desgracia
todas las muertes y pérdidas humanas no tienen la misma categoría y no tienen
la misma importancia.
Hasta para morir existen jerarquías desde que el mundo es
mundo –no voy yo ahora a descubrir la pólvora-. Cuando se habla en las noticias
de muerte y de muertos, importa más, si es famoso, adinerado - aún más- si es
afamado cantante o actor, gran futbolista, consumado político o empresario
ejemplar.
Viendo la construcción de esa inmensa torre en la zona cero y
el record alcanzado en altitud, como
homenaje a las víctimas, se me vino a la memoria la viva imagen de lo que para
mí significa muerte, muerte injusta. Este fue un documental emitido hace unos
años por la Dos de Televisión Española;
intenten imaginar la situación:
Una madre en Etiopía, sentada al pie de una cabaña; ella
escuálida con su hijito entre sus brazos - o lo que quedaba de él-
completamente en los huesos –madre e hijo-,
la criaturita ansiaba con sus ínfimas fuerzas llegar hasta la esmirriada
y casi inexistente teta de su madre. Intentando succionar las pocas gotas de
alimento que pudiera tener dentro. Sus brazos eran varas de cañavera, cientos
de moscas le revoloteaban por todo el cuerpo, en especial por labios y ojos.
Ese niño solo tenía ojos, ojos repletos de tristeza, ojos sin brillo. Ojos
llenos de muerte.
Recuerdo haber llorado ese día de lástima e impotencia; y
cada día que se anuncia la muerte de un famoso me acuerdo de ese niño y su
madre. Esa imagen se quedó grabada en lo más profundo de mí…. Esta es más
muerte. Esta es más desgracia y
lamentablemente se produce muchas veces a lo largo del día. Lo que
sucede es que estos muertos son insignificantes, no hacen ruido, se mueren
apagándose sumisamente, sus vidas se van
yendo en un susurro y se van extinguiendo como una vela residual en la que el
pabilo se va torciendo y disipando hasta que no queda un fotón de luz. Esto es
muerte, tristeza y olvido. Los del atentando también lo son, aunque una
tristeza un tanto más “soportable” y es menos evitable, pues es fruto de la
sinrazón y el fanatismo religioso. La escena de la madre y el niño si se podría
evitar.
En estos doce años desde el 11 de septiembre del 2001 ¿cuántos inocentes habrán muerto bajo esas
circunstancias?: nos podemos quedar horrorizados de la cantidad. Según un
informe de Save the Children, siete millones de niños –se dice muy pronto-
murieron antes de cumplir los cinco años por causas relacionadas con la
malnutrición y la desnutrición en el pasado año, o sea un niño o una niña muere
aproximadamente cada cinco segundos por esta causa –paren a pensar
detenidamente este dato-. Está bien recordar a los muertos, cierto es, pero
nuestro sentido común como humanos “civilizados y evolucionados” debería de
hacernos reaccionar también ante tanta injusticia en los países
subdesarrollados llamados países del tercer mundo.
En estos tiempos, los políticos de grandes países ricos –da
igual su tendencia- y grandes especuladores están inmersos en los problemas
bursátiles; el índice Dow Jones, el Nikei, o la prima de riesgo de España o
Italia o tantos otros. Lo que es indecente es que mientras en nuestra parte del
mundo nos peleamos en traje de corbata y bien maqueados por décimas de puntos
de los dichosos índices para darle beneficios económicos al que más tiene o
mantener el nivel de vida tan frenético que llevamos; y nuestros políticos sigan favoreciendo esta
sociedad excesivamente consumista y nosotros, entrándoles al trapo; todavía existen millones de niños en los
países menos favorecidos que en el siglo XXI
se mueren de hambre. Con la consabida paradoja de que mientras ellos
mueren de hambre nosotros tiramos comida a la basura.
Lo que ha debido de ocurrir según mi parco entendimiento es
que, nuestros dirigentes, esas personas tan inteligentes, tan capaces, la
mayoría de ellos doctorados en muchas carreras universitarias, no han podido
perder el tiempo unas horas incluso minutos en discernir cuál es, según el
sentido común el problema. Si únicamente quisieran hacer un sencillo ejercicio
de empatía procurando experimentar lo que esa madre siente con ese hijo
escuálido en sus brazos. Creo, que caerían en la cuenta de que el problema
radica tan solo rotunda y sencillamente en que en muchos lugares de este
planeta se da una máxima incontestable: la palabra infancia es igual a muerte.
Puede que así, con esa toma de conciencia real, auténtica, verdadera reaccionen
y hagan reaccionar en cadena a otras personas sin excepción de ideología, raza
o credo, ante tanta sinrazón. Pues son niños inocentes los que mueren de hambre
y desnutrición cada día.
Mientras este milagro se produce; nosotros ciudadanos de a
pie, desde la base, debemos mover cimientos si es preciso, pues tampoco nos
podemos quedar impasibles ante tanta injusticia e inmoralidad. Hay muchas organizaciones,
tanto religiosas como ONG´s, en las que podemos participar personalmente o
mediante aportaciones dinerarias, por ínfimas que sean pueden ser efectivas.
Para que en un principio y como medidas paliativas impidamos que se pierdan
tantas vidas y en segundo término dotar a esos pueblos de la enseñanza y medios
suficientes para que puedan desarrollarse y subsistir de manera autónoma –esta
última es la receta-.
Confiemos en organizaciones como Save The Children, Aldeas
Infantiles, Manos Unidas, Cáritas, Ayuda en Acción, IntermonOxfam, Intervida, y
un largo elenco de estructuras y personas que se dedican a la ayuda de la
infancia necesitada. Todos podemos hacer algo, no nos quedemos con los brazos
cruzados y contribuyamos a aportar esperanza para que imágenes como la de ese
niño y su madre suceda cada vez con menos frecuencia.
José Cabrera
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