viernes, 13 de diciembre de 2013

LA FABRICA DE LOS SUEÑOS:LA VERDADERA TRISTEZA






Ojeando la prensa digital hace unos días, me topé con esta noticia:

“El nuevo One World Trade Center de Nueva York será el rascacielos más alto de Estados Unidos, este edificio, que ocupará el lugar de las Torres Gemelas y homenajeará a las víctimas del 11-S. mide, con antena incluida, 541 metros. 

Una vez terminado -se espera que esto ocurra a principios de 2014-, el nuevo rascacielos de Nueva York podría ser clasificado como el tercer edificio más alto del mundo”.

Como bien sabéis el pasado mes de septiembre se han cumplido doce años de la masacre de las torres gemelas de Nueva York. Muchos recuerdos desagradables nos vienen a cada uno de nosotros de esa trágica jornada. 

Por mi parte, recuerdo de ese día que la dirección comercial del hotel Cervantes de Torremolinos nos habían invitado a mis compañeros de la agencia y a mí a almorzar en su hotel para celebrar una próspera temporada veraniega que llegaba a su fin – nada que ver con la de estos últimos años-. Una vez finalizado el almuerzo buffet de este excelente cuatro estrellas, el director del hotel nos condujo a visitar unas habitaciones que acababan de remodelar en las plantas superiores. Desde esas plantas con sus maravillosas vistas se podía contemplar todas las playas del paseo marítimo de Torremolinos y muy a lo lejos se lograba divisar la bahía de Málaga en un día soleado, claro y azul.  Nos sentimos en esos momentos recompensados y merecedores de ese espectáculo de luz y color que fácilmente estas tierras son capaces de trasmitir. Nada hacía presagiar lo que acabada de suceder a miles de kilómetros de distancia.

Nos llegó por boca del subdirector del hotel. Este nos comunicó la noticia de que unos aviones se habían estrellado contra el Word Trade Center, las torres gemelas de New York. Lo primero que se nos pasó a todos al unísono por la cabeza fue que podría estallar una nueva guerra y esta sería mundial y sin remedio, nos podía afectar a todos. Nos fuimos temerosos a la oficina y pasamos toda la tarde pegados a la radio escuchando las noticias en ocasiones contradictorias de lo que había sucedido.

Ahora hace doce años de aquella cruel masacre y todavía recuerdo –lo mismo les ocurrirá a ustedes-  la caída de las torres. Imágenes terribles de ese suceso emitidas días después. Personas arrojándose por las ventanas al vacío -era preferible saltar que quemarse-. Toda una desgracia. Supervivientes dando testimonio de su experiencia, familiares de los fallecidos contando las últimas conversaciones telefónicas con las futuras víctimas, además de policías, bomberos, sanitarios, etcétera.

Reflexionando sentado en la butaca preferida de mi casa, después del paso inexorable del tiempo, y desde todo el respeto y desolación que merece la pérdida de tan solo una persona, me doy cuenta que las víctimas de ese atentado han tenido homenajes y reconocimiento y lo que eso pueda conllevar. Se celebraron a lo largo de la semana gran cantidad de ellos en todo el mundo. Y se siguen celebrando después de los años. Son homenajes a cerca de 3000 personas –contando todos los atentados de ese día- que serán recordadas durante muchos años, incluso algunas son aclamadas como héroes. Por desgracia todas las muertes y pérdidas humanas no tienen la misma categoría y no tienen la misma importancia. 

Hasta para morir existen jerarquías desde que el mundo es mundo –no voy yo ahora a descubrir la pólvora-. Cuando se habla en las noticias de muerte y de muertos, importa más, si es famoso, adinerado - aún más- si es afamado cantante o actor, gran futbolista, consumado político o empresario ejemplar.

Viendo la construcción de esa inmensa torre en la zona cero y el record  alcanzado en altitud, como homenaje a las víctimas, se me vino a la memoria la viva imagen de lo que para mí significa muerte, muerte injusta. Este fue un documental emitido hace unos años por la Dos de Televisión Española;  intenten imaginar la situación: 

Una madre en Etiopía, sentada al pie de una cabaña; ella escuálida con su hijito entre sus brazos - o lo que quedaba de él- completamente en los huesos –madre e hijo-,  la criaturita ansiaba con sus ínfimas fuerzas llegar hasta la esmirriada y casi inexistente teta de su madre. Intentando succionar las pocas gotas de alimento que pudiera tener dentro. Sus brazos eran varas de cañavera, cientos de moscas le revoloteaban por todo el cuerpo, en especial por labios y ojos. Ese niño solo tenía ojos, ojos repletos de tristeza, ojos sin brillo. Ojos llenos de muerte.

Recuerdo haber llorado ese día de lástima e impotencia; y cada día que se anuncia la muerte de un famoso me acuerdo de ese niño y su madre. Esa imagen se quedó grabada en lo más profundo de mí…. Esta es más muerte. Esta es más desgracia y  lamentablemente se produce muchas veces a lo largo del día. Lo que sucede es que estos muertos son insignificantes, no hacen ruido, se mueren apagándose sumisamente,  sus vidas se van yendo en un susurro y se van extinguiendo como una vela residual en la que el pabilo se va torciendo y disipando hasta que no queda un fotón de luz. Esto es muerte, tristeza y olvido. Los del atentando también lo son, aunque una tristeza un tanto más “soportable” y es menos evitable, pues es fruto de la sinrazón y el fanatismo religioso. La escena de la madre y el niño si se podría evitar.

En estos doce años desde el 11 de septiembre del 2001  ¿cuántos inocentes habrán muerto bajo esas circunstancias?: nos podemos quedar horrorizados de la cantidad. Según un informe de Save the Children, siete millones de niños –se dice muy pronto- murieron antes de cumplir los cinco años por causas relacionadas con la malnutrición y la desnutrición en el pasado año, o sea un niño o una niña muere aproximadamente cada cinco segundos por esta causa –paren a pensar detenidamente este dato-. Está bien recordar a los muertos, cierto es, pero nuestro sentido común como humanos “civilizados y evolucionados” debería de hacernos reaccionar también ante tanta injusticia en los países subdesarrollados llamados países del tercer mundo. 

En estos tiempos, los políticos de grandes países ricos –da igual su tendencia- y grandes especuladores están inmersos en los problemas bursátiles; el índice Dow Jones, el Nikei, o la prima de riesgo de España o Italia o tantos otros. Lo que es indecente es que mientras en nuestra parte del mundo nos peleamos en traje de corbata y bien maqueados por décimas de puntos de los dichosos índices para darle beneficios económicos al que más tiene o mantener el nivel de vida tan frenético que llevamos;  y nuestros políticos sigan favoreciendo esta sociedad excesivamente consumista y nosotros, entrándoles al trapo;  todavía existen millones de niños en los países menos favorecidos que en el siglo XXI  se mueren de hambre. Con la consabida paradoja de que mientras ellos mueren de hambre nosotros tiramos comida a la basura.

Lo que ha debido de ocurrir según mi parco entendimiento es que, nuestros dirigentes, esas personas tan inteligentes, tan capaces, la mayoría de ellos doctorados en muchas carreras universitarias, no han podido perder el tiempo unas horas incluso minutos en discernir cuál es, según el sentido común el problema. Si únicamente quisieran hacer un sencillo ejercicio de empatía procurando experimentar lo que esa madre siente con ese hijo escuálido en sus brazos. Creo, que caerían en la cuenta de que el problema radica tan solo rotunda y sencillamente en que en muchos lugares de este planeta se da una máxima incontestable: la palabra infancia es igual a muerte. Puede que así, con esa toma de conciencia real, auténtica, verdadera reaccionen y hagan reaccionar en cadena a otras personas sin excepción de ideología, raza o credo, ante tanta sinrazón. Pues son niños inocentes los que mueren de hambre y desnutrición cada día.

Mientras este milagro se produce; nosotros ciudadanos de a pie, desde la base, debemos mover cimientos si es preciso, pues tampoco nos podemos quedar impasibles ante tanta injusticia e inmoralidad. Hay muchas organizaciones, tanto religiosas como ONG´s, en las que podemos participar personalmente o mediante aportaciones dinerarias, por ínfimas que sean pueden ser efectivas. Para que en un principio y como medidas paliativas impidamos que se pierdan tantas vidas y en segundo término dotar a esos pueblos de la enseñanza y medios suficientes para que puedan desarrollarse y subsistir de manera autónoma –esta última es la receta-.

Confiemos en organizaciones como Save The Children, Aldeas Infantiles, Manos Unidas, Cáritas, Ayuda en Acción, IntermonOxfam, Intervida, y un largo elenco de estructuras y personas que se dedican a la ayuda de la infancia necesitada. Todos podemos hacer algo, no nos quedemos con los brazos cruzados y contribuyamos a aportar esperanza para que imágenes como la de ese niño y su madre suceda cada vez con menos frecuencia.

José Cabrera

No hay comentarios: