Cuando tienes la posibilidad de escribir un artículo de opinión se
acumulan las ideas en tu cabeza. Vas eliminando en función de la actualidad y
del interés para intentar redactar unas palabras lo más interesantes posible.
Pero la subjetivad puede cegarte y pensar que un tema merece la pena y sin
embargo el lector opinar lo contrario. En esta ocasión, al menos pienso que, a
nosotros los churrianeros, nos incumbe, y mucho, el tema de hoy.
A principios de mes me dirigía a desayunar, cuando un compañero me
comentó que si había visto la noticia del parque quemado en Churriana. No había
leído la prensa aún y supuse que se trataría de alguna papelera, o que habían
destrozado un banco o uno de los columpios por los típicos gamberros que, de
vez en cuando, amparados en el anonimato y como costumbre “simpática” en sus ociosas
noches, de forma grupal demuestran su valentía sabiéndose impunes, incluso si
son cogidos en el acto de vandalismo.
Al ver en los periódicos la foto del destrozo en La Noria me
indigné como lo habría hecho cualquier persona civilizada. Habían incendiado
prácticamente la totalidad del parque. Además pude leer que la destrucción de
gran parte de las instalaciones ascendían a casi treinta y tres mil euros. Por ese incivismo de unos pocos han dejado,
hasta quién sabe cuándo, sin sus ratos
de ocio a los pequeños porque, con los tiempos que corren, no sabemos cuando
volverán a reparar el parque. Los impuestos que nos acribillan deben gastarse
en sitios que, por lo menos, duren, que se amorticen. ¡Por Dios!, en qué
piensan estos señores (si se puede utilizar este término).
No se trata de comparar, porque no solo existen estos bárbaros en
nuestro entorno, todos sabemos y tenemos ejemplos de la bondad y ciudadanía
que, afortunadamente, existe. De hecho, los propios vecinos intentaron apagar
el fuego con los pocos medios que disponían. Pero al final, lo haces, comparas.
Recuerdo el viaje que hice hace tres años por Noruega gracias a un matrimonio
amigo que nos preparó a cuatro malagueños una ruta por su país.
Pues bien, una de las tardes paseábamos por Forde, típico pueblo
noruego con casitas pequeñas, bonito y tranquilo cercano al glaciar Briksdal.
Había dejado de llover; el cielo aún estaba cubierto; era una tarde encapotada
sin viento, algo fresca.. Nos encontramos un parque infantil , totalmente
desierto. Eran las diez de la noche, aún había luz en el julio escandinavo, la
imagen solitaria de aquel lugar, unida a la sensación placentera del viaje tan
especial que estábamos disfrutando nos reflejaba un momento encantador. Nos
sorprendimos de la calidad de los materiales, que estaban intactos, pero es que
además de los toboganes, los columpios, balancines y juegos de muelle, había un
montón de juguetes esparcidos por el recinto: tractores, triciclos y juegos de
madera.
Nuestro comentario inmediato al verlo fue que en España no
durarían ni una noche. En el momento que el Ayuntamiento los colocara
desaparecerían por arte de magia. Y ahora, he recordado aquel día, en aquel
parque para llegar a la conclusión de que aún nos queda camino que recorrer
hacia ese civismo: la imagen del parque quemado y la diferencia con el de
Noruega, incólume, completo. Nos hace falta educación y, precisamente, quien
tiene que recibirla son los más reacios a ello, pero eso es ya otro tema.
Antonio Villalba Moreno
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