lunes, 8 de septiembre de 2014

COLUMNA DE OPINION.EL TAMAÑO IMPORTA



Hace una semana me dio un vuelco el corazón y el bajo vientre al leer en la prensa que una jueza alemana, de nombre Ulrike Andree, había ordenado que un perito midiese el pene de un repartidor de una empresa privada de 54 años, acusado de exhibir su amado miembro cuando entregaba un paquete a una joven de 16 años. La joven afirmó que el repartidor, en el momento cumbre, mostraba su pene colgando, cual feliz chistorra, fuera de la bragueta de su propietario, algo sólo reservado a un selecto grupo de elegidos por la naturaleza, según dicen las malas lenguas, como el Libertador Simón Bolívar, el monarca Fernando VII, el conspirador Rasputín o el actor porno Nacho Vidal. La esposa del atribulado cartero salió en defensa de éste en la vista celebrada el pasado 21 de agosto, afirmando: "Tesoro, perdóname pero tu pene es demasiado corto como para colgar del pantalón”. Ya ven, el tamaño importa tanto, que nos puede librar de una falsa acusación de acoso sexual, y las palabras de la fiel esposa nos remiten a la ceremonia del perdón, recordando una vez más la vergüenza que puede causar al varón, en nuestra sociedad patriarcal, la reducida extensión de sus colgajos.

Y entonces me pregunté, a pesar de la lentitud con la que trabajan las neuronas un día de terral, ¿no se le ocurrirá a nuestra autoridad competente, tan obediente a las órdenes germanas, realizar pruebas periciales, como la mentada anteriormente, a los funcionarios públicos varones como un servidor, para acometer su enésimo recorte –espero que no sea literal-, para reducir plantillas? ¿Qué más sorpresas desagradables nos deparará nuestra presunta “recuperación económica” después del largo paseo de Rajoy con Merkel en tierras gallegas?

El tamaño también importa a la hora de hablar de la “capa magna” del nuevo arzobispo de Valencia, el cardenal Antonio Cañizares, uno de los miembros más conservadores del episcopado español, y natural del mismo pueblo que vio nacer, jugar, crecer, cantar y tocar el piano a mi madre y al beato Gálvez Iranzo, quien sufriera martirio en Japón en sus labores de apostolado. El titular de prensa subraya que “El nuevo prelado de Valencia se enfundó la prenda, de más de cinco metros de longitud y en franco desuso desde que Pablo VI la desaconsejara en 1969, en la ordenación de dos sacerdotes”. Les aconsejo que busquen las imágenes en la red: no tienen desperdicio. Larga la capa roja de Cañizares, digna del exhibicionismo excesivo, pazguato y hortera de las pasarelas de Hollywood el día de la concesión de los premios Oscar, o del genio castizo de nuestras folklóricas más queridas, y cortas sus entendederas cuando se le ocurrió disculpar en el año 2009 los abusos a menores por parte de algunos miembros de la Iglesia católica, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, diciendo que “no es comparable lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios, con los millones de vidas destruidas por el aborto". Signos de megalomanía que poco casan con los nuevos aires de renovación que soplan desde el Vaticano y la idea de una Iglesia de los pobres
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Larga fue también la cadena de sujetadores con la que rodearon la fachada principal del Ayuntamiento de Valladolid aquellos y aquellas que no comulgan con las recientes declaraciones de su alcalde, Javier León de la Riva, a propósito de las recomendaciones del Gobierno al género femenino para evitar las violaciones: “Me da cierto reparo entrar en un ascensor por si hay una chica con ganas de buscarme las vueltas, se arranca el sujetador o la falda y al salir del mismo grita que la han intentado agredir”. Aunque después de la tempestad vinieron las disculpas, lo cierto es que hace tiempo ya que el corregidor vallisoletano exhibe una lengua procaz, digamos, bastante larga y que, no por ello, da la talla.

Se me ocurre que no estaría mal encontrar refugio en el viejo ideal de la igualdad, tan vituperado por Nietzsche en su elogio a la diferencia, aunque sea por un ratito, para evadirnos de miras tan cortas y acontecimientos alienantes, de manos del sentido de la “fiesta”, tan felizmente arraigado en estas latitudes, cuando aún resuenan los ecos de la Feria de Málaga. En su Carta a D’Alembert, el filósofo ginebrino Rousseau aborda el problema político de la regulación del entretenimiento y la diversión en la ciudad moderna, en la que los aristócratas y la alta burguesía conviven –muchos, a su pesar- con las clases populares, y ve en la fiesta pública un claro motivo de encuentro. En la fiesta publica, en la que todos pueden participar, se suspende momentáneamente la desigualdad reinante, brota un estado de ánimo colectivo del que mana el sentimiento de “ser igual”, actores y espectadores se reconocen como iguales, y queda de manifiesto la doble condición del ciudadano: activa, como legislador, y pasiva, como sujetos sometidos a una legislación, al tiempo que la libertad adquiere el significado singular de sometimiento a las leyes que el propio ciudadano se ha dado a sí mismo. En la fiesta “a la luz del sol” y “al aire libre” que idolatra Rousseau, ese magnífico espectáculo de seres humanos unidos, queda restaurada la comunidad en una unidad afectiva transitoria (esa que se toman tan al pie de la letra los que se exceden con el alcohol, cuando nos abrazan, melosos, diciéndonos cuántos nos quieren), sale a la luz la espontaneidad de las gentes del pueblo y se santifica nuestra naturaleza gracias a la alegría. Por eso, aunque el tamaño importe, brindo con Rousseau para que “alumbre el sol nuestros espectáculos inocentes” y el ciudadano reconozca que su condición social no se agota en la obediencia, pues es también legislador y dueño de su propio destino individual y colectivo.

Rafael Guardiola

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