Genaro Blanco, de
profesión pellejero y natural de León, fue devoto amante de los prostíbulos y
de las excelencias etílicas del orujo. Quiso el destino que viera truncada su
veleidosa existencia en la madrugada del Jueves Santo de 1929, atropellado por
un camión del servicio de limpieza, y que un selecto y cachondo grupo de sus
conciudadanos decidiese, acto seguido, fundar jocosamente la espuria Cofradía
de Genarín. Desde entonces, los cofrades se reúnen cada Jueves Santo, a las
doce de la noche, peregrinando hacia el lugar donde se produjese el óbito de
tan ilustre libertino, siguiendo un via crucis con parada obligatoria en todos
los bares del lugar. ¿Será una señal que el deceso de Genarín acaeciese en el
funesto año del crack de la Bolsa de Nueva York, año uno de los desastres que
atesora la memoria histórica del capitalismo triunfante, desastres que prologan
con descaro la crisis del pan nuestro de cada día?
¿Fue Genaro Blanco un
“enfermo mental”? ¿Y sus fieles seguidores? Los psiquiatras disponen de un
reputado instrumento para confirmar sus sospechas o afinar su diagnóstico, en
su caso: el DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) de
la Asociación Americana de Psiquiatría. En octubre de 2013 salió al mercado la
versión castellana de la quinta edición del sacrosanto manual. Pero resulta que
son ya muchas las voces que se han alzado en contra del libro de marras. El
National Institute of Mental Heath (Instituto Nacional de Salud Mental) de los
Estados Unidos de América, la agencia de investigación biomédica dependiente
del gobierno más poderoso del mundo ha decidido abandonar la clasificación DSM,
que no se somete a ningún tipo de control externo, al considerarla desprovista
de validez científica. ¿Dónde está la frontera entre lo normal y lo patológico
en cuestiones psicológicas? Las presiones de la poderosa industria farmacéutica
han logrado, en el pasado, la ampliación del catálogo de las enfermedades
mentales, a medida de los deseos del capital, es decir, del poder y el dinero.
Pocas son las enfermedades –para las que rápidamente aparecen en el mercado
tratamientos específicos con base química- de las que se pueda justificar un
origen cerebral, palpable. La vida queda “patologizada” por obra y gracia del
DSM, los profesionales de la salud ingenuos o interesados, la codicia de la
industria farmacéutica y la estulticia o la insensibilidad incluso de muchos
políticos. En resumen, si Genaro fue un enfermo mental, no hay nada que temer:
dentro de poco se producirá el lanzamiento al mercado de la “genarimicina”,
medicamento de amplio espectro, pero con aplicación gozosa en casos de adición
severa a la prostitución y el orujo en tiempos de Cuaresma. Por si no se han
dado cuenta, nos encontramos pasando la crisis en un “estado clínico”, como
dirían filósofos españoles tan avispados como Antonio Escohotado o Fernando
Savater. El Estado tutela nuestra salud, se inventa amablemente enfermedades
para nosotros y nos anima a consumir fármacos para aplacarlas. ¡Qué hermoso es
estar enfermo! ¡Qué hermoso es ser víctima, ser digno de lástima! ¡Qué bien se
porta “papá” Estado con sus obedientes y estigmatizados súbditos! Da la
impresión que sobrevuela nuestra atmósfera el ideal romántico del tísico
melancólico con el vigor mecánico del “gorrocóptero” de Doraemon.
La nueva ley del
aborto que nos propone el ministro Ruiz-Gallardón nos sitúa, lamentablemente,
dentro del escenario del “estado clínico” y de ahí la airada reacción en contra
de asociaciones profesionales como la Asociación Española de Neuropsiquiatría.
Y es que, para poder abortar legalmente, los únicos supuestos admitidos son,
por el momento, la violación y los graves problemas mentales de la mujer. En
consecuencia, dos facultativos diferentes, convertidos en flamantes
inquisidores, deberán certificar, en este último caso, que la mujer padece una
enfermedad mental (me imagino, registrada convenientemente en el DSM V), con
previsibles consecuencias para la mujer así etiquetada: dificultades en el
terreno laboral, en la custodia y tutela de los hijos, en la capacidad para
tomar decisiones etc. Pero no se preocupen, la industria farmacéutica diseñará
nuevos remedios químicos y el Estado mimará con píldoras la vida de las
mujeres. Dentro de poco, todos estaremos felizmente sedados.
Manuel Carretero
Matas, joven médico malagueño y uno de mis antiguos alumnos de mente más
abierta, tanto al conocimiento como al humor, saluda con complicidad mi
defensa, días atrás, de las tesis de Lou Marinoff (el conocido filósofo
canadiense autor del best seller Más Platón y menos prozac) en las redes
sociales, y ofrece una original solución, a tono con las vicisitudes del estado
clínico, que aquí suscribo. Propone que la multinacional farmacéutica Bayer compre una editorial (por ejemplo,
Planeta, para no ir muy lejos), y venda cada una de las obras de Platón a 400
Euros, presionando, al mismo tiempo, a los diferentes estados, para que subvencione
la edición de aquellas y para que informe a la ciudadanía de que, en el caso de
no leer a Platón cuando se lo prescriba el médico, se correrá el riesgo de
morir de forma solitaria y cruel. Los únicos efectos secundarios podrían ser el
aumento del conocimiento, la formación del pensamiento autónomo o la inducción
al sueño, en algunos casos. Gracias, Manuel, por regalarme, por regalarnos,
destellos de tu inteligencia. Porque ni tú ni yo nos atrevemos a juzgar a
Genarín ni a nadie diciendo que es un enfermo mental, porque no sabemos dónde
está la débil frontera que nos separa a los locos de los cuerdos.
Rafael Guardiola
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