domingo, 19 de enero de 2014

COLUMNA DE OPINION:EL ESTADO CLINICO



Genaro Blanco, de profesión pellejero y natural de León, fue devoto amante de los prostíbulos y de las excelencias etílicas del orujo. Quiso el destino que viera truncada su veleidosa existencia en la madrugada del Jueves Santo de 1929, atropellado por un camión del servicio de limpieza, y que un selecto y cachondo grupo de sus conciudadanos decidiese, acto seguido, fundar jocosamente la espuria Cofradía de Genarín. Desde entonces, los cofrades se reúnen cada Jueves Santo, a las doce de la noche, peregrinando hacia el lugar donde se produjese el óbito de tan ilustre libertino, siguiendo un via crucis con parada obligatoria en todos los bares del lugar. ¿Será una señal que el deceso de Genarín acaeciese en el funesto año del crack de la Bolsa de Nueva York, año uno de los desastres que atesora la memoria histórica del capitalismo triunfante, desastres que prologan con descaro la crisis del pan nuestro de cada día? 

¿Fue Genaro Blanco un “enfermo mental”? ¿Y sus fieles seguidores? Los psiquiatras disponen de un reputado instrumento para confirmar sus sospechas o afinar su diagnóstico, en su caso: el DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) de la Asociación Americana de Psiquiatría. En octubre de 2013 salió al mercado la versión castellana de la quinta edición del sacrosanto manual. Pero resulta que son ya muchas las voces que se han alzado en contra del libro de marras. El National Institute of Mental Heath (Instituto Nacional de Salud Mental) de los Estados Unidos de América, la agencia de investigación biomédica dependiente del gobierno más poderoso del mundo ha decidido abandonar la clasificación DSM, que no se somete a ningún tipo de control externo, al considerarla desprovista de validez científica. ¿Dónde está la frontera entre lo normal y lo patológico en cuestiones psicológicas? Las presiones de la poderosa industria farmacéutica han logrado, en el pasado, la ampliación del catálogo de las enfermedades mentales, a medida de los deseos del capital, es decir, del poder y el dinero. Pocas son las enfermedades –para las que rápidamente aparecen en el mercado tratamientos específicos con base química- de las que se pueda justificar un origen cerebral, palpable. La vida queda “patologizada” por obra y gracia del DSM, los profesionales de la salud ingenuos o interesados, la codicia de la industria farmacéutica y la estulticia o la insensibilidad incluso de muchos políticos. En resumen, si Genaro fue un enfermo mental, no hay nada que temer: dentro de poco se producirá el lanzamiento al mercado de la “genarimicina”, medicamento de amplio espectro, pero con aplicación gozosa en casos de adición severa a la prostitución y el orujo en tiempos de Cuaresma. Por si no se han dado cuenta, nos encontramos pasando la crisis en un “estado clínico”, como dirían filósofos españoles tan avispados como Antonio Escohotado o Fernando Savater. El Estado tutela nuestra salud, se inventa amablemente enfermedades para nosotros y nos anima a consumir fármacos para aplacarlas. ¡Qué hermoso es estar enfermo! ¡Qué hermoso es ser víctima, ser digno de lástima! ¡Qué bien se porta “papá” Estado con sus obedientes y estigmatizados súbditos! Da la impresión que sobrevuela nuestra atmósfera el ideal romántico del tísico melancólico con el vigor mecánico del “gorrocóptero” de Doraemon.

La nueva ley del aborto que nos propone el ministro Ruiz-Gallardón nos sitúa, lamentablemente, dentro del escenario del “estado clínico” y de ahí la airada reacción en contra de asociaciones profesionales como la Asociación Española de Neuropsiquiatría. Y es que, para poder abortar legalmente, los únicos supuestos admitidos son, por el momento, la violación y los graves problemas mentales de la mujer. En consecuencia, dos facultativos diferentes, convertidos en flamantes inquisidores, deberán certificar, en este último caso, que la mujer padece una enfermedad mental (me imagino, registrada convenientemente en el DSM V), con previsibles consecuencias para la mujer así etiquetada: dificultades en el terreno laboral, en la custodia y tutela de los hijos, en la capacidad para tomar decisiones etc. Pero no se preocupen, la industria farmacéutica diseñará nuevos remedios químicos y el Estado mimará con píldoras la vida de las mujeres. Dentro de poco, todos estaremos felizmente sedados.

Manuel Carretero Matas, joven médico malagueño y uno de mis antiguos alumnos de mente más abierta, tanto al conocimiento como al humor, saluda con complicidad mi defensa, días atrás, de las tesis de Lou Marinoff (el conocido filósofo canadiense autor del best seller Más Platón y menos prozac) en las redes sociales, y ofrece una original solución, a tono con las vicisitudes del estado clínico, que aquí suscribo. Propone que la multinacional farmacéutica  Bayer compre una editorial (por ejemplo, Planeta, para no ir muy lejos), y venda cada una de las obras de Platón a 400 Euros, presionando, al mismo tiempo, a los diferentes estados, para que subvencione la edición de aquellas y para que informe a la ciudadanía de que, en el caso de no leer a Platón cuando se lo prescriba el médico, se correrá el riesgo de morir de forma solitaria y cruel. Los únicos efectos secundarios podrían ser el aumento del conocimiento, la formación del pensamiento autónomo o la inducción al sueño, en algunos casos. Gracias, Manuel, por regalarme, por regalarnos, destellos de tu inteligencia. Porque ni tú ni yo nos atrevemos a juzgar a Genarín ni a nadie diciendo que es un enfermo mental, porque no sabemos dónde está la débil frontera que nos separa a los locos de los cuerdos.

Rafael Guardiola

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