Dice Nietzsche, el filósofo alemán de grandes
mostachos: “El modo más seguro de corromper a la juventud es enseñándole a
admirar más a aquellos que opinan como ellos que a los que opinan diferente”. Y
es que, como les sucede a los esclavos de la caverna del mito de Platón, los
seres humanos nos sentimos demasiado
cómodos dentro de los grupos en los que el pensamiento se decide de antemano.
Las sectas, los clubes deportivos e infinidad de instituciones, como los partidos
políticos, entre otros, animan demasiadas
veces a reducir el horizonte de nuestra mente a un pensamiento único, al
sentimiento de pertenencia a una tribu, y nos convierte en dóciles animales de
rebaño. Lo difícil es atreverse a pensar por uno mismo, sentir el frío riesgo
de la soledad, y huir de los beneficios del calor que proporciona la masa.
Pensar es un trabajo lleno de sacrificios y no les oculto que es, junto con el
sexo, una de mis pasiones predilectas.
Permítanme
volver a Nietzsche: “La potencia intelectual de un hombre se mide por la dosis
de humor que es capaz de utilizar”. Espero que esto también se pueda aplicar a
otro tipo de potencia acorde con mi calvicie, más que nada, por mi afición al
noble invento de la risa. Así que les invito solemnemente a degustar sus
beneficios terapéuticos: es un magnífico anestésico contra el dolor, mejora la
circulación, regula la presión sanguínea, cinco minutos de risa equivalen a
cuarenta y cinco minutos de deporte suave, masajea los órganos, refuerza las
defensas, previene contra las enfermedades en general, mitiga el estrés, alivia
la fatiga, libera las hormonas de la felicidad (mis queridas endorfinas),
proporciona distensión muscular y bienestar, y nos ayuda a disminuir el tamaño
de los problemas. En este último caso, “el tamaño sí importa”.
Les
sugiero, finalmente, que rebusquen en sus entrañas y descubran dentro de
ustedes la curiosidad y el espíritu lúdico de la infancia, y que se olviden un
poco de la gravedad de los rostros grises que nos recuerdan constantemente el
deber, las obligaciones, las responsabilidades…. Definitivamente, yo, de mayor,
quiero ser niño y me gusta lo que dice Hans Christian Andersen: “los cuentos se
escriben para que los niños se duerman, pero también para que los adultos se
despierten”. “La madurez del hombre –vuelve a hablarnos Nietzsche- es haber
vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño”. Y recuerden:
no hay arma más poderosa que un ataque de risa.
Rafael Guardiola
2 comentarios:
Bravo! maestro... Y encima a través del mas irritante y admirado, Fred...
Bravo Rafael! y a ver si es verdad que Dios ha muerto... por eso de morir de risa y sexo!
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