domingo, 6 de abril de 2014

COLUMNA DE OPINION.UNA TARDE ENCENDIDA








Si, como afirma Goethe, “el punto más alto al que puede llegar el hombre es el asombro”, ayer coroné la cima del Everest, cuando un nutrido grupo de docentes del IES “Jacaranda” de Churriana me obsequió con un cerrado aplauso, al verme entrar, bien decidido, aunque fuera a los postres, en el restaurante en el que se celebraba haber podido compartir tiza con una excelente profesional y mejor persona, Remedios Moreno Martín y, de paso, con otros entrañables profesores como Ángel Rodríguez Rodríguez. Como se pueden imaginar, el aplauso se debió, fundamentalmente, al efecto sorpresa, dado que no me suelo prodigar en este tipo de actos, más que a la admiración que pudiera suscitar mi contrastado sex appeal. Una buena ocasión para poner en común ideas sobre donjuanismo (algo trasnochado en los tiempos que corren), y las proezas amatorias de algunos varones conocidos, cuyos motes harían sonrojar a más de uno y que no incluiré aquí por pudor y decoro, magos de la testosterona y del procaz verbo masculino, en busca desesperada de mitos eróticos para mitigar el feroz relativismo que nos acecha en materia de identidad sexual, como señalaba uno de los comensales. Una buena ocasión para fijar miradas, estrechar lazos, recibir y dar abrazos, reír hasta el llanto, montar  desmontar tópicos y saborear hasta el silencio más apagado de una tarde encendida.

El filósofo norteamericano Dan Dennett se atusa su barba blanca de sabio despistado, mientras asevera contundentemente en una entrevista reciente, que “Internet es maravillosa, pero tenemos que pensar que nunca hemos sido tan dependientes de algo. Jamás. Si lo piensas, es bastante irónico que lo que nos ha traído hasta aquí nos pueda llevar de vuelta a la edad de piedra”. Nuestra “dependencia emocional” de las nuevas tecnologías y, en particular de la red de redes, está apunto de desvirtuar las viejas concepciones del libre albedrío o, lo que es lo mismo, perfilar nuevas formas de alienación. Estamos ahora más atados a la tecnología que nuestros antepasados agricultores, de hace 10.000 años, tras la expulsión del paraíso ecológico que supuso la merma de la caza y la recolección como modos de producción, según nos cuentan los antropólogos. La magia del ciberespacio nos envuelve a velocidad de vértigo, nos produce lesiones musculares, articulares, auditivas u oculares, por la excitación que nos provoca escribir mensajes frenéticamente, en la línea de la satisfacción inmediata de los impulsos (la mayor parte de las veces, de contenido insustancial, muy lejos de la llama de los aforismos de Nietzsche), y hace que nos sintamos extraños, sumamente lejos de los humanos cuya piel rozamos, compartiendo el mismo espacio que nosotros.

Dentro de poco, la selección natural favorecerá la supervivencia, a través de la reproducción diferencial, de los individuos con “superpulgares” para surcar a velocidad de vértigo las frías pantallas táctiles, y tendrá que encontrar una solución para los orzuelos y la mirada difícil que nos va a quedar en el rostro, si Santa Tecla no lo remedia. Todo depende de la red, y se da el caso de que nosotros somos parte de ese todo virtual. La red es, por fin, la Verdad (así, con mayúsculas), por la que suspiraba Hegel. Pero la red, nos recuerda Dennett, puede venirse abajo en un futuro no muy lejano, pudiendo generar con su caída auténticas oleadas de pánico a nivel mundial. Nos da tan sólo 48 horas para ponernos a salvo con objeto de sobrevivir de la hecatombe, que al fin y al cabo, es de lo que se trata cuando el miedo se apodera de nosotros.

Dennett no es un agorero ni un miserable aguafiestas, amante de profecías apocalípticas. Es un lúcido espectador que nos lanza un “bote salvavidas”, un viejo conocido nuestro que hemos relegado al desván. Se trata de vivificar nuestra aristotélica naturaleza social, recuperando el tono y el sabor del encuentro en el seno de grupos y organizaciones de todo tipo, en escenarios propicios para entablar y cultivar relaciones, con el pulgar liberado de la pantalla táctil y el ojo sonriendo de oreja a oreja, a los bípedos implumes de Platón. Por eso fue tan importante para mi ese inmerecido aplauso que me brindaron ayer mis compañeras y compañeros, aunque todavía no hayan dejado de funcionar las maquinas.

No hay comentarios: