“García Márquez no es solo un autor leído sino un autor amado” William Ospina (escritor colombiano)
En la reciente Semana Santa murió García Márquez. No se trata de
una primicia, la noticia ha estado en candelero bastantes días. Han opinado sus
amigos, sus familiares, sus lectores. En definitiva, estamos algo cansados del
tema y, sin embargo, se me ocurre escribir sobre él. Pero es que yo algo pesado
sí que soy.
Por
tanto aquí estoy, frente al blanco papel, para recordar mis primeras lecturas
del sudamericano universal. A mis 16 años descubrí “Cien años de soledad”
durante largas tardes veraniegas, en mi patio repleto de jazmines viendo pasar
salamanquesas por las cornisas, descansando de un duro día de trabajo de peón
de albañil y justo antes de mis partidos de futbito.
Esas
tardes por Macondo me abrían la mente y me imbuía en el realismo mágico, en su
universo literario, en esos personajes imposibles, con historias fantásticas,
en pueblos inventados, de clima tropical, que tan bien sabía reflejar este
colombiano.
Recuerdo
el día en el que le concedieron el Nobel. Mi profesor de ingles, el “Keegan”
(la memoria me hace recordar su mote y su físico pero no su nombre) , era un
seguidor entusiasta y las lágrimas afloraron mientras nos informaba de la noticia.
Yo, adolescente imberbe me alegré de igual forma o incluso más. Un autor que yo
conocía, leía y adoraba era premiado con el Nobel. Volvió a ocurrir con Vargas
Llosa, varias décadas después, pero no fue lo mismo. El tiempo suaviza la
intensidad de los sentimientos y las sensaciones se mitigan.
En
clase de lengua, la profesora (de la que no recuerdo su nombre, ni su mote ni
su cara) se le ocurrió que leyéramos uno de sus cuentos. Comparamos el
tono y la pronunciación de una compañera
argentina y un compañero churrianero que salieron “voluntarios” a la tarima. No
hubo color. Seguro que ustedes pueden imaginar la escena.
Años después, en COU, mi tutor (del que recuerdo su
nombre, José María Marín, y su forma de ser, magnífica) nos recomendó uno de
sus libros: “Crónica de una muerte
anunciada”, con el que disfruté tanto
como con los anteriores. Su narrativa; el argumento que sorprende, incluso
sabiendo el final; esos personajes que cobran vida propia en la mente del
lector, me volvieron a enganchar.
Cuando cumplí 21 años un exprofesor y buen amigo,
Domingo, me regaló “El amor en los tiempos del cólera”. Fue él quien me acercó,
de forma entusiasta, a ese mundo inmortal de la literatura. Me ayudó con sus
recomendaciones y préstamos, con sus comentarios. Por eso se lo agradecí
cuando, en esa fiesta de cumpleaños, apareció con la última novela de García
Márquez. Diez días después comenzaba mi período militar y en su primera página
una dedicatoria que trascribo literalmente “Que los “milicos” no te amarguen los
absurdos e inútiles meses por venir”. Tuve suerte y mi mili fue provechosa,
pero esta es otra historia.
Como habrán comprobado en estas líneas, García
Márquez es uno de mis escritores de cabecera y gracias a él he disfrutado de
horas y horas de lectura, también de charlas literarias. Sé, que además de los
profesores citados, Alberto, Charo, Francisco, Ildefonso, Inmaculada, José
Carlos, María José, Miguel, Sonia se han perdido entre las páginas de sus
novelas, para luego asomar por encima de ellas y sumergirse en interesantes
tertulias en torno a las obras de este grandioso escritor,
a pesar de que algunos de ellos no han sido devotos del colombiano. Al fin y al
cabo no sólo se trata de leer, sino de opinar y compartir.
La vida pasa, para todos. Llega la muerte, la
física. Pero algunos tienen la suerte de sobrevivir a ella.
Antonio Villalba Moreno
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