San Isidro está vivo en muchos de sus antiguos habitantes. En sus
sueños, en sus recuerdos, en sus conversaciones. Una barriada expropiada que ha
desaparecido definitivamente para la ampliación del aeropuerto. En esta
ocasión, no hay vuelta atrás como pudo ocurrir con pueblos destinados a
pantanos que nunca se construyeron y que, en algunos casos, pudieron ser
recuperados años después. E incluso, si eres soñador, en aquellos pueblos que
habían sido inundados por embalses, tenías la posibilidad de imaginar, contemplando
esas aguas, sus calles, sus edificios y, en años de sequía, se lograba
vislumbrar algunas de sus construcciones más altas.
La reversión, en nuestro caso, es imposible. Las casas fueron
derribadas. Las tierras dejaron de cultivarse, los negocios cerraron o se
trasladaron. Todo por el bien común. Ampliar el aeródromo malagueño, uno de los
más importantes de España, tiene su precio.
Pero antes de seguir me gustaría contar un poco de historia.
Así, hay que decir que los inicios del
aeropuerto se remontan a 1919 con el aterrizaje en El Rompedizo de Pierre
Latécoère y a lo largo de los años fue evolucionando: vuelos de prueba, inauguración
de servicios regulares, conversión en base aérea (1937), apertura al tráfico
nacional e internacional y clasificado como aduanero (1946), inauguración de la
estación civil de pasajeros (1946). A lo largo de 1960 se produce un cambio
radical e irá creciendo durante las últimas décadas con la nueva terminal de
pasajeros (1968), construcción del edificio terminal “Pablo Ruiz Picasso”
(1991) y nuevo edificio de aparcamiento de vehículos (1995).
A comienzos de este siglo, se consideró necesario llevar a cabo el
Plan Málaga y con ello una nueva pista de aterrizaje y un nuevo aparcamiento de
vehículos, esto supuso realizar una tarea que podemos calificar como cruel: la
expropiación de viviendas y terrenos colindantes. Ahí empezó el calvario. Te
quitan el lugar donde has vivido o trabajado toda la vida, o las dos cosas y te dan un dinero con el que te tienes que
buscar otro sitio donde empezar de nuevo. Además coincidió con el boom
inmobiliario en su máximo apogeo, de forma que el precio de los justiprecios no
se correspondían con la realidad del mercado. No sólo en las viviendas, también
a los negocios que habían proliferado, relacionados con la actividad del
aeropuerto, así el aeródromo les da de comer pero debido a su ampliación les
complica la vida. Y de qué manera.
Las protestas y reuniones con los responsables de AENA, así como
las acampadas y presiones a los políticos locales tan solo retrasaron lo
inevitable. Hubo de todo, como en botica y la incertidumbre se adueñó de todos
los afectados, desde los que consiguieron los primeros mutuos acuerdos, hasta
los penúltimos vecinos que obtuvieron un área de reserva en Churriana para
constituir una cooperativa y construir sus nuevas viviendas.
Desde que se anunció la expropiación, el éxodo fue paulatino. Algunos decidieron
quedarse hasta el final, alimentando la esperanza de que, en el último momento,
no hiciera falta los terrenos para la ampliación. A veces la mejor forma de
sobrellevar una situación es negándose a admitirla y eso es lo que ocurría con
alguno de los lugareños. La realidad es que esas familias aguantaban por la
falta de acuerdo sobre el pago.
En San Isidro no hubo escenas que hayan dado la vuelta a España
como en otros casos. No hubo vecinos que
se atrincheraran en los tejados de sus casas para evitar que las excavadoras
las demolieran. No hubo cabecillas esposados y conducidos por la Guardia Civil
a la cárcel de Alhaurín. No hubo desalojos violentos que pusieran a la opinión
pública en su favor. Ha sido una destrucción silenciosa, pacífica y triste
(como todas).
Dentro de un lustro el Aeropuerto de Málaga celebrará el
centenario de su nacimiento. Supongo que entonces habrá numerosos actos para
recordarlo. Nos gusta mucho celebrar este tipo de efemérides, pero una serie de
familias malagueñas darán la espalda a esa conmemoración. Me refiero a los
vecinos de las barriadas Cortijo Monte y San Isidro.
Es una pena que, debido al avance de la civilización, una zona tan
arraigada en el Valle del Guadalhorce haya desaparecido por la ampliación del
aeropuerto. La gente se pregunta si el bien común es suficiente para justificar
el sacrificio de los expropiados y no entro en el debate sobre lo correcto de
los justiprecios. Los responsables dirán que sí, pero los afectados nunca
volverán a disfrutar de sus pertenencias inmobiliarias y sentimentales. Su
pasado fue extirpado con la destrucción de San Isidro.
Antonio Villalba
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