domingo, 16 de febrero de 2014

COLUMNA DE OPINION. A CUATRO PATAS



Para algunos de mis alumnos de Segundo de Bachillerato, la Edad Media cuenta con un nuevo filósofo escolástico y, santo, por más señas. Se trata de “Santo Tomás de Equino”. ¿Tenía este último alguna relación de parentesco con el “Doctor Angélico”, “Luz de la Iglesia” y “Buey mudo de Sicilia”, como cariñosamente llamaban sus contemporáneos a Santo Tomás de Aquino? ¿Nos encontramos ante un fenómeno paranormal, vamos, un “Poster Gay” (como afirmaba una mujer de edad provecta en un reportaje televisivo, haciéndose portavoz de la ciudadanía)? Mis compañeros me consuelan diciéndome que estoy de enhorabuena, por el vocabulario culto y fluido que manejan mis pupilos. Pero yo no hago más que imaginarme la entrañable escena en la que, según los cronistas de la época, el genial Mozart utilizó como mesa la espalda del virtuoso de un instrumento de viento que le había solicitado un concierto, para escribir su composición, y al que obligó a caminar a cuatro patas por la estancia de semejante guisa. Imagen que no tiene mucho que ver con aquellos anuncios de brandy en los que el eterno femenino cabalga sensualmente en la playa, al atardecer preferentemente, sobre el blanco équido de largas crines. Dos imágenes bien distintas, una jocosa y hasta cruel, y la otra plagada de un simbolismo erótico que nos sitúa en la antesala del placer.

             Friedrich Leopold von Hardenberg, poeta del romanticismo alemán que ha pasado a la historia con el nombre de Novalis escribe: “Los sueños nos protegen contra la monotonía y la vulgaridad de la existencia. En ellos descansa y se recrea nuestra encadenada fantasía, mezclando sin orden ni concierto todas las imágenes de la vida e interrumpiendo, con su alegre juego infantil, la continua seriedad del hombre adulto”. Es difícil conciliar en la vida adulta –en el caso de que sea bueno- la seriedad y los productos más refinados de la ciencia y la filosofía, con las mieles de la ficción, la imagen de la cruda realidad del músico vejado con la imagen presidida por el símbolo de la mujer fundida con la elegancia del caballo. Les recuerdo que los cortesanos del siglo XVIII se reunían, con sus levitas, sus pelucas, y los pechos comprimidos y elevados, entre otras cosas, para jugar “a la gallina ciega”, emulando los momentos más despreocupados de la infancia, para “soñar” al estilo de Novalis. Por no hablar de los interminables festejos que se organizaban en la Edad Media en torno al carnaval y al goce divino de la risa, protagonizados por las clases populares y los más desfavorecidos. La risa se convirtió en el poderoso antídoto de la inteligencia para contrarrestar la precariedad de la vida más seria.

            No soy, precisamente, un devoto de la mistificación de la conciencia, pero tampoco me gusta ser un aguafiestas. Me explico. El viernes pasado estuve repasando en clase algunos enigmas culturales con alumnos de Tercero de ESO, para justificar el respeto a la diversidad cultural y combatir los prejuicios etnocéntricos, con especial mención a los tabúes relacionados con la alimentación, y se me ocurrió explicar por qué “volaban” las brujas, según el antropólogo norteamericano Marvin Harris. Mis referencias a los efectos alucinatorios de la “atropina” con la que, supuestamente, untaban las brujas sus palos de escoba, que les hacía pensar a éstas que eran capaces de volar, provocaron una cierta desilusión entre mi animado auditorio. La magia se había ido de vacaciones antes de tiempo, el mundo había perdido parte de su encanto, ese misterio que se deposita en los sueños y en la mirada brillante de los niños. Todo sea por la ciencia. 

Pero muchas veces la nitidez de los resultados que nos ofrece la rigurosa aplicación del método hipotético-deductivo no son proporcionales a la adopción de acertadas decisiones humanas en la esfera de la razón práctica. Ayer tuve noticia por la prensa digital de la amenaza que se cierne sobre la Isla de Java por la erupción del volcán Kelud y me llamó la atención la apelación de algunos lectores a la queja de la Madre Tierra ante tanto desmán ecológico, como posible causa de la catástrofe. Otros trataban de apagar el eco de estas voces con el frío argumento de las conocidas peculiaridades geológicas de la zona. Sea como fuere, parece que las autoridades de Indonesia, como la de tantos lugares del planeta, prefieren ignorar el dictamen de la ciencia, impidiendo los asentamientos humanos en la zona en infraviviendas en las que la vida queda desprotegida, a merced de los elementos. Sea la ciencia, sea la ficción o el sistema límbico de la Naturaleza lo que nos impulse, lo que echo de menos es el sentido común y la buena voluntad que tanto agradaban a Kant. Hablando de otro tema, leo en uno de los exámenes que todavía están encima de la mesa del salón de mi casa que, para el Cristianismo, “el alma está hecha a imagen y semejanza del cuerpo”. No me quiero ni imaginar la configuración metafísica del alma de Falete o de Carmen de Mairena. Y otro alumno, más osado, indica que  “la analización de los conceptos llevó a Galileo a crear una concepción ideal de la realidad”. Al parecer, Galileo tuvo un arrebato de idealismo, al quedarse fijado en la freudiana “fase anal”. Lo que tengo que leer a mis años.

Rafael Guardiola

No hay comentarios: