Es muy fácil abrir los ojos en
Churriana y ver impresa en el rostro de sus gentes una sonrisa abierta, una
media luna andalusí suspendida en el espacio, como la que lucía a diario mi
abuela paterna, Araceli Martín Vidal. Mi abuela era una auténtica muñeca de
porcelana que derrochaba amor por todos sus poros, nacida en Écija, en pleno
corazón del estoicismo y la fiesta, que emigró con su familia a Madrid a
principios del pasado siglo, en busca de una tierra prometida que pronto se
desgarró hecha jirones y sangró con los tambores de una guerra fratricida. Pero
en mi abuela sólo había lugar para la alegría más rotunda y amplia, cuando
entornaba los ojos, con un gesto muy oriental, en una especie de abrazo
acompañado por el sonido de la guitarra y las castañuelas, al tiempo que sus
brazos, manos y piernas de la más fina seda, ejecutaban una envolvente
coreografía del Sur. Y es que mi abuela Araceli no se resistía a quedarse
anclada en ningún rincón como un trasto viejo, inservible e insensible: al oír
en la radio los acordes de su tierra, tiraba ipso facto el soporte mecánico de
sus muletas y llegaba a volar, sin despegar los pies del suelo, oliendo a
azahar y chocolate (el olor de su
infancia), acuñando los sueños con su sonrisa perpetua. Esa sonrisa que, decía mi
madre, me saludó cuando nací, y que me regaló toda una vida, minutos antes de
morir, entre besos y lágrimas.
Siempre me ha fascinado el hermoso
cabello rizado de Antonia Serrano López, cuando he tenido el placer de
contemplarlo, a hurtadillas, desde la ventana de las clases del edificio anexo
de mi centro de trabajo. Creo que me recuerda al cabello sinuoso y maternal de
mi abuela. También su mirada limpia, casi la mirada de una niña, de una niña
buena, resucita a diario la mirada de mi abuela, apenas sin saberlo. La figura
laboriosa de Antonia barre con cariño y
resolución minimalistas las hojas de otoño tardío con un enorme escobón
verde, y engalana los setos de las
plantas y arbustos con una precisión milimétrica, separando los tallos como si
se tratase de largos y frágiles dedos infantiles o los dientes de una regia
corona de clorofila. Me gusta el trabajo bien hecho; me gusta ver amor en el
cuidado del bien común, como dirían los sesudos ilustrados del siglo XVIII.
Apenas sin saberlo, Antonia Serrano cuida religiosamente nuestro escenario más
cercano con una pulcra sobriedad y un gesto amable y sereno, que me imagino,
lleno de sueños, y por este escenario deambulamos cada jornada, en la función
prorrogada del “gran teatro del mundo” al que alude Pedro Calderón de la Barca
en una de sus obras, autor que inspirara al escrupuloso Descartes en su
artificiosa duda metódica. Muchas gracias, Antonia, porque “la obra debe
continuar”, como nos dicen nuestros directores de escena.
Allá por los años 60 del siglo pasado
se puso de moda una canción pegadiza de los miembros de un grupo musical que se
hacían llamar “Los Sírex”. El estribillo de uno de sus éxitos más renombrados
rezaba así: “Si yo tuviera una escoba….¡Cuántas cosas barrería!”. Sin entrar en
profundidades, les confieso que yo necesitaría actualmente no una, sino varias
excavadoras. Aprobada definitivamente la LOMCE y la consiguiente derrota del
pensamiento crítico, nos amenazan ahora con una “ley mordaza”, que aumenta
peligrosamente la indefensión de la ciudadanía a la hora de expresar sus
desacuerdos y reivindicaciones, y que puede hacer que nuestro escenario vital
sea, muy pronto, el del Estado policial vigilado por el Gran Hermano de Orwell.
Por eso, seguramente, los Sírex apostillaban: “Primero, lo que haría yo
primero, barrería yo el dinero, que es la causa y el motivo, ay, de tanto
desespero. Segundo, lo que haría yo segundo, barrería bien profundo, todas
cuantas cosas sucias se ven por los bajos mundos”. Y para barrer bien profundo,
sin la idolatría del dinero, hacen falta miradas limpias, como las de Antonio
Serrano o mi abuela Araceli, o la de tantos ciudadanos de Churriana con las que
comparto escenario en este gran teatro del mundo y el gusto por el placer que
proporcionan las cosas pequeñas.
Rafael Guardiola
3 comentarios:
Excelentes palabras, como excelente persona quien las escribe. Un fuerte abrazo de uno de tus antiguos alumnos, y mi más sincera enhorabuena.
Una vez más con sus palabras el profesor Guardiola me ha llegado a emocionar. Muchas gracias por tan precioso relato.
Pues sí, querido Rafael, si todos pusiéramos cuidado y alegría en lo que hacemos, como Antonio y Araceli, el mundo sería otra cosa mejor.
A ver si un día nos honras con unas líneas de tu bien afilada, sensible, humorada y elegante pluma, en Espíritu & Cuerpo
http://esprituycuerpo.blogspot.com.es/
donde cuentas como contribuyente sin haber pagado aún contribución ;-).
Un abrazo cómplice desde los Cerros, en cuanto demuestre que no soy un robot.
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