domingo, 8 de diciembre de 2013

COLUMNA DE OPINION.MIRADAS LIMPIAS





Es muy fácil abrir los ojos en Churriana y ver impresa en el rostro de sus gentes una sonrisa abierta, una media luna andalusí suspendida en el espacio, como la que lucía a diario mi abuela paterna, Araceli Martín Vidal. Mi abuela era una auténtica muñeca de porcelana que derrochaba amor por todos sus poros, nacida en Écija, en pleno corazón del estoicismo y la fiesta, que emigró con su familia a Madrid a principios del pasado siglo, en busca de una tierra prometida que pronto se desgarró hecha jirones y sangró con los tambores de una guerra fratricida. Pero en mi abuela sólo había lugar para la alegría más rotunda y amplia, cuando entornaba los ojos, con un gesto muy oriental, en una especie de abrazo acompañado por el sonido de la guitarra y las castañuelas, al tiempo que sus brazos, manos y piernas de la más fina seda, ejecutaban una envolvente coreografía del Sur. Y es que mi abuela Araceli no se resistía a quedarse anclada en ningún rincón como un trasto viejo, inservible e insensible: al oír en la radio los acordes de su tierra, tiraba ipso facto el soporte mecánico de sus muletas y llegaba a volar, sin despegar los pies del suelo, oliendo a azahar y chocolate (el  olor de su infancia), acuñando los sueños con su sonrisa perpetua. Esa sonrisa que, decía mi madre, me saludó cuando nací, y que me regaló toda una vida, minutos antes de morir, entre besos y lágrimas.

Siempre me ha fascinado el hermoso cabello rizado de Antonia Serrano López, cuando he tenido el placer de contemplarlo, a hurtadillas, desde la ventana de las clases del edificio anexo de mi centro de trabajo. Creo que me recuerda al cabello sinuoso y maternal de mi abuela. También su mirada limpia, casi la mirada de una niña, de una niña buena, resucita a diario la mirada de mi abuela, apenas sin saberlo. La figura laboriosa de Antonia barre con cariño  y resolución minimalistas las hojas de otoño tardío con un enorme escobón verde,  y engalana los setos de las plantas y arbustos con una precisión milimétrica, separando los tallos como si se tratase de largos y frágiles dedos infantiles o los dientes de una regia corona de clorofila. Me gusta el trabajo bien hecho; me gusta ver amor en el cuidado del bien común, como dirían los sesudos ilustrados del siglo XVIII. Apenas sin saberlo, Antonia Serrano cuida religiosamente nuestro escenario más cercano con una pulcra sobriedad y un gesto amable y sereno, que me imagino, lleno de sueños, y por este escenario deambulamos cada jornada, en la función prorrogada del “gran teatro del mundo” al que alude Pedro Calderón de la Barca en una de sus obras, autor que inspirara al escrupuloso Descartes en su artificiosa duda metódica. Muchas gracias, Antonia, porque “la obra debe continuar”, como nos dicen nuestros directores de escena.

Allá por los años 60 del siglo pasado se puso de moda una canción pegadiza de los miembros de un grupo musical que se hacían llamar “Los Sírex”. El estribillo de uno de sus éxitos más renombrados rezaba así: “Si yo tuviera una escoba….¡Cuántas cosas barrería!”. Sin entrar en profundidades, les confieso que yo necesitaría actualmente no una, sino varias excavadoras. Aprobada definitivamente la LOMCE y la consiguiente derrota del pensamiento crítico, nos amenazan ahora con una “ley mordaza”, que aumenta peligrosamente la indefensión de la ciudadanía a la hora de expresar sus desacuerdos y reivindicaciones, y que puede hacer que nuestro escenario vital sea, muy pronto, el del Estado policial vigilado por el Gran Hermano de Orwell. Por eso, seguramente, los Sírex apostillaban: “Primero, lo que haría yo primero, barrería yo el dinero, que es la causa y el motivo, ay, de tanto desespero. Segundo, lo que haría yo segundo, barrería bien profundo, todas cuantas cosas sucias se ven por los bajos mundos”. Y para barrer bien profundo, sin la idolatría del dinero, hacen falta miradas limpias, como las de Antonio Serrano o mi abuela Araceli, o la de tantos ciudadanos de Churriana con las que comparto escenario en este gran teatro del mundo y el gusto por el placer que proporcionan las cosas pequeñas.

Rafael Guardiola

3 comentarios:

Unknown dijo...

Excelentes palabras, como excelente persona quien las escribe. Un fuerte abrazo de uno de tus antiguos alumnos, y mi más sincera enhorabuena.

Toñi Sánchez "Mi Cocina" dijo...

Una vez más con sus palabras el profesor Guardiola me ha llegado a emocionar. Muchas gracias por tan precioso relato.

José Biedma L. dijo...

Pues sí, querido Rafael, si todos pusiéramos cuidado y alegría en lo que hacemos, como Antonio y Araceli, el mundo sería otra cosa mejor.
A ver si un día nos honras con unas líneas de tu bien afilada, sensible, humorada y elegante pluma, en Espíritu & Cuerpo
http://esprituycuerpo.blogspot.com.es/
donde cuentas como contribuyente sin haber pagado aún contribución ;-).
Un abrazo cómplice desde los Cerros, en cuanto demuestre que no soy un robot.