lunes, 27 de octubre de 2014

FIRMA INVITADA.RELATO EL SUSTITUTO

nstituto de Enseñanza Secundaria Jacaranda, finales de la década de 1990. Las descoloridas señoritas de Aviñón, pintadas en la fachada delantera del módulo I, acaban de ver pasar a un hombre gordo, mal peinado y con gafas de cristales gruesos, que marchaba con paso vacilante hacia la entrada principal del edificio.

–Debe haber sonado el timbre hace poco. –Piensa el hombre al encontrarse con un alboroto atronador traspasando el portal. Los alumnos salen de las aulas, hablan, ríen y chillan mientras suben y bajan las escaleras en pelotones.

Al mirar hacia arriba vuelve a ver las terrazas que le recordaron a las gradas de un anfiteatro la primera vez que visitó el centro. Dos niñas guapas fuman apoyadas en la barandilla verde. En la segunda planta, un chaval que viste una sudadera de Machine Head hace reír a los amigos con alguna historia. Se dirige a secretaría observando curioso todo lo que ocurre encima de él.

La secretaria lo reconoce nada más llegar a la ventanilla.

–¡Buenos días! Usted es quien viene a cubrir la baja temporal de José Manuel, ¿verdad?

–Buenos días. Sí. Tengo que hablar con el jefe del Departamento de Filosofía, el señor Rafael Guardiola.

–Pase por aquí, le está esperando en la sala de profesores.

–Gracias.

Rafael le recuerda en qué parte del temario de Filosofía de 1º  de Bachillerato se quedó el otro profesor. Hablan sobre la planificación de las próximas dos semanas. El jefe del Departamento de Filosofía le cae bien desde el momento en que se lo presentaron. Las dos veces que lo ha visto llevaba un impecable traje y corbata. Le parece un hombre educado, formal y serio.

Su aula está en la última planta. Algunas clases han debido comenzar y no hay tantos alumnos por los pasillos. Las niñas que fumaban ya no están cuando llega al primer piso. Sube las escaleras repasando mentalmente las primeras palabras con las que pretende iniciar la clase. Las ha memorizado: «Buenos días, soy fulanito de tal, y voy a daros la clase de Filosofía en sustitución de José Manuel. Vuestro profesor se ha tenido que dar de baja por enfermedad, así que me tendréis a mí durante el resto del trimestre». Sabía por experiencia que las primeras cuarenta palabras tenía que decirlas de corrido y sin pensar, para darle tiempo al cerebro a habituarse a la incómoda sensación que producen veinticinco pares de ojos pendientes del mínimo de sus gestos.

Toma aire frente a la puerta del aula. Entra con decisión articulando un amable «buenos días» que pronto comprende que no ha escuchado nadie. En clase hay unos treinta chavales sentados sobre las mesas, hablándose a gritos de pie, o asomados a las ventanas. Apenas se han percatado de su presencia cuatro o cinco alumnos de la primera fila, que lo miran con curiosidad.

–¡Por favor, buenos días! –Insiste parado frente a la pizarra.

Como el barullo no cesa, deja el maletín sobre la mesa del profesor y compone un amago de palmaditas con las que parece conseguir que la mitad de la clase repare en él.

–¡Buenos días, soy...!

–¡Ismael, cabrón! ¿Qué mierda haces? –Le interrumpe un alumno de la tercera fila, que se ha vuelto indignado al compañero que se sienta detrás. Se levanta de la silla para voltearla y descubre un pedazo de papel ardiendo debajo del asiento. Por la discusión, el sustituto deduce que el tal Ismael acaba de prenderle fuego con un mechero. Se organiza un pequeño alboroto en el aula al que el profesor asiste mudo y sin saber muy bien qué hacer.

Una vez sofocado el incendio por el propio alumno a base de zapatazos, y después de que se calmaran las risas y comentarios de los demás compañeros, el sustituto vuelve a intentar comenzar la clase.

–¡Voy a daros la clase de Filosofía en sustitución...!

–¡Adri! ¡Cómprame luego un bocadillo de sobrasada! –Otro alumno, con medio cuerpo fuera de una de las ventanas de clase, encarga a gritos a alguien del patio la comida del recreo.

–¡Por favor...! –Insiste con voz trémula.

–¡Callarse ya coño, que el profe está hablando! –Ordena una de las niñas que se sientan en primera fila volviéndose a sus compañeros con gesto de madre autoritaria. Al momento los alumnos dejan de hablar en voz alta y apenas se escucha un leve murmullo.

–Gracias. –Suspira aliviado el profesor de Filosofía.

Al fin consigue transmitir a sus alumnos el mensaje memorizado al completo. Se sienta en su mesa, saca el libro de texto, «Materiales para pensar Filosofía», y se dispone a pasar lista. Al acabar de anotar las faltas de asistencia, comprueba que hay un alumno sentado al fondo de la clase al que no ha nombrado.

–Perdona, ¿tú eres de esta clase?

–Sí.

–No estás en la lista que me han dado.

–Es que soy nuevo.

–Ah. ¿Cómo te llamas?

–Gustavo.

Estallan de golpe las risas de los demás compañeros, lo que le hace sospechar que su verdadero nombre probablemente no sea Gustavo. También se pone en guardia. Teme volver a perder el control de la clase.

–Bueno, vamos a repasar la definición del concepto de cultura...

El jaleo hace imposible que le puedan escuchar más allá de la primera fila.

–¡A ver! ¡Por favor! ¡Abrid el libro por la página ochenta! –Requiere en vano a la clase. No le prestan atención.

Observa de reojo a Rocío, la alumna de la primera fila que antes mandó a callar a los compañeros. Desea en su interior que vuelva a echarle una mano. Pero ahora se entretiene hablando con una amiga. Baja la vista, derrotado. Se queda mirando la portada del libro de la asignatura.

–Qué suerte la del Baigorri Goñi éste. No tener que estar sentado aquí. –Medita.

Se pasa así el resto de la clase, tratando de hacerse oír cada vez que amaina el alboroto. Pero no consigue nada, salvo ser objeto de la compasión de los chavales atentos que observan su impotencia.

Cuando suena el timbre, casi todos los alumnos se levantan para salir al pasillo. Guarda lentamente sus cosas en el maletín y atraviesa el tumulto como una sombra.

La risa histérica, atronadora, de una multitud de alumnos lo sobrecoge al salir del aula. Su primer impulso es pensar que se ríen de él. Luego se asoma a la terraza y ve a Rafael adornado con un sombrero extravagante, recorriendo en círculos la planta baja. Tiene los brazos extendidos en cruz y simula el ruido del motor de un aeroplano con la boca.

–¿Para ganármelos tendré que hacer eso? –Piensa aterrado.

Nunca, en toda su vida, había sentido tanta frustración. Antes de regresar a la sala de profesores entra en la cafetería. Le apetece un refresco. Esperando en la barra, recuerda fugazmente las clases en la Facultad de Filosofía y Letras, con los alumnos atendiendo en respetuoso silencio al profesor.

–Una Coca-Cola, por favor.

–Freeway Cola es lo que tenemos. –Le aclara la voz de una señora desde el otro lado de la barra con acento del norte.

–Bueno. Una Freeway Cola, por favor.

Un hombre de unos treinta y cinco años, que desayuna solo, se le acerca. Lleva el pelo largo, barba de tres días, y una camisa púrpura. Se presenta como Gabriel, profesor de Música.

–¿Qué tal la primera clase?

–Un poco difícil, la verdad. En el CAP no me prepararon para esto.

–En el CAP no te preparan para nada.

Acaba su bebida y se sienta solo en la sala de profesores. Aún le quedan cuarenta minutos antes de la próxima clase. Ética para los alumnos de 4º A. «Principales teorías éticas» se llama el tema que le toca impartir. Mientras repasa lo que se ha preparado, tiene la amarga sensación de que va a volver a repetirse el fracaso de la clase anterior. Por un momento proyecta la absurda idea de marcharse de allí sin decirle nada a nadie. Sin duda lo expulsarían de la bolsa de sustitución y quedaría en una situación muy enojosa con el Centro. Además, se fijó en que había algunos alumnos que se esforzaban en tratar de seguir la clase. Era obvio que no podía dejarlos sin profesor. También le preocupaba defraudar a sus compañeros, en especial a Rafael, de quién tenía un alto concepto a pesar de haberlo visto jugando a ser un avión. Suena el timbre y se pone en marcha como un boxeador que ha escuchado la campana.

Una hora más tarde, baja tan arruinado como antes. No ha sido capaz de impedir que los alumnos hicieran todo lo que les venía en gana. Chillaban, jugaban, reían y se peleaban mientras él permanecía sentado, protestando de vez en cuando con conmovedora pusilanimidad.

Para su propia sorpresa, regresa al siguiente día al Instituto con la determinación de hacerlo mejor. Se repiten las experiencias de su estreno, pero aprovecha el tiempo que pasa sentado delante de los alumnos para comenzar a reconocerlos. Ya tiene claro cuáles son los que empiezan los alborotos, quiénes muestran algún signo de querer aprender, cuáles son los más hostiles o desinteresados y en qué alumnos puede encontrar aliados que le ayuden a gobernar la clase. La segunda semana ya es capaz de explicar un pequeño esquema en la pizarra y de resolver un ejercicio con ellos. Empieza a aceptar, con manso orgullo, que se burlen de él cuando eso le permite captar su atención.

–Profe, va usted siempre un poco despeinado, ¿eh? –Le previene Rocío, la de la primera fila.

Al día siguiente aparece llegado del barbero, con la frente cubierta de pelillos recién cortados.

Julio Montes

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