viernes, 31 de enero de 2014

COLUMNA DE OPINION.FABRICA DE SUEÑOS.VIOLENCIA DE GENERO O DOMESTICA (y II)




Es mi intención entre artículos de opinión –cuando esto sea posible-  ir intercalando relatos breves de mi propia cosecha. 

Me van a permitir y como continuación a mi anterior artículo, deseo hacerles partícipes de un relato de género negro que escribí hace algún tiempo, que si bien en su esencia es violencia de género, tanto física como psicológica, el desenlace no es el que normalmente suele suceder, y aunque se hace justicia, esta se imparte de manera despiadada. Pero no quisiera revelarles como acaba.

JUSTICIA CIEGA

‘Lo siento se me ha ido la mano, cariño’, fue lo que dijiste la primera vez que sucedió cuando éramos novios dentro de tu antiguo Ford Fiesta; y yo como tierna enamorada no le di importancia. ‘Mucho genio es lo que tiene mi novio’, alegaba tontamente. Desde entonces me has ridiculizado e insultado infinidad de veces. Humillándome en privado y en público. Te daba igual quien estuviera delante, descalificándome si se presentaba la ocasión. 

Ya casados controlabas hasta el dinero que podía gastar y lo que debía comprar. Continuas amenazas por celos infundados. ¡Que ciega! Muy a mi pesar has sido el único hombre que he querido. Me has aislado de mis amigos e incluso de mi familia. Después de cada arrebato, tu promesa de cambio se diluía como sal en el agua. He recibido de ti: malos gestos y gritos como regalos de cumpleaños; bofetadas y puñetazos como muestras de tu cariño más ardiente; amenazas veladas como susurros amorosos; violaciones como prueba de tu libido iracunda; cubos y espuertas de incomprensión, apatía e indolencia. Y no sé qué es peor, vivir juntos o separados. Desde que el juez dictó orden de alejamiento, te la saltas a la torera amenazándome a mí y a los niños. Dices que nos matarás a los tres. Y no he podido más. Ya no más…

Se incorporó después de haber estado en cuclillas soportando el peso de su cuerpo. Lo dejó desplomarse en el suelo. Acarició levemente su mejilla. Las huellas rojas y húmedas de los Dolce & Gabbana, que se había comprado para la ocasión, se señalaban en el gres blanco del suelo. De espaldas a él, se abotonó el vestido que le había desabrochado y soltó temblando el cuchillo ensangrentado sobre el suelo de la cocina.

Ahora sí; ahora tenía la certeza de que todo había acabado. Su  calvario había finalizado de una vez por todas. Cogió el teléfono y se dispuso a llamar a la policía para entregarse…. 

Un filo metálico, inquebrantable y frio con olor a muerte le penetró letal y despiadado por su costado.

Pepe Cabrera

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