domingo, 22 de diciembre de 2013

COLUMNA DE OPINION.LOS PLACERES DEL ENTENDIMIENTO Y EL PODER DE LA PALABRA



“La vista es el más perfecto y delicioso de todos nuestros sentidos”, escribe el célebre escritor y político británico Joseph Addison en 1712. “Presenta al ánimo ideas más variadas, conversa con los objetos a mayor distancia y continúa más tiempo en acción sin cansarse ni saciarse tan pronto de lo que goza”, continúa diciendo. La vista es pues, para Addison, “una especie de tacto más delicado y difuso”, capaz de permitirnos acceder a “las partes más remotas del universo” y su principal virtud consiste en ser la fuente más importante de los placeres de la imaginación (primarios, cuando proceden de objetos presentes ante los sentidos, y secundarios, cuando proceden de las ideas de los objetos visibles pero ausentes, ideas que, al ser recordadas y compuestas por la mente, son capaces de formar imágenes agradables).

Los “placeres del entendimiento”, comparados con los de la “imaginación”, son más puros y pueden llegar a ser igual de intensos que éstos y suscitar el entusiasmo en el sujeto, pero, para el autor citado los “placeres de la imaginación” tienen una gran ventaja: son “más obvios, o más fáciles de adquirir que los del entendimiento. Basta abrir los ojos, y aparece la escena. Con poca atención de parte del observador se pintan por sí mismos los colores en la fantasía”, afloran sin problema los encantos que permanecen ocultos y hace que nos resulten ajenas las nefastas consecuencias de los excesos sensoriales. Más aún, “los placeres de la imaginación son más conducentes a la salud, que los del entendimiento”, puesto que esos últimos “suelen ir acompañados de un trabajo demasiado violento del cerebro”.

En resumen, si Addison está en lo cierto,  la imaginación es una evidente fuente de placer y los placeres de la imaginación proceden de nuestros sentidos y, en particular de la vista. De otro lado, dicen que vivimos en la “civilización de la imagen” y que, por ello, “una imagen vale más que mil palabras”. También es un hecho que en la práctica docente actual se enseñan múltiples disciplinas, pero que el tiempo que se dedica, por regla general, a “enseñar a hablar en público” y, en consecuencia, a “saber escuchar” es más bien escaso (el arte que nos permite aprender, dar y recibir conocimientos a través del uso de la palabra es la Oratoria).  Y, por si fuera poco, mi oficio, el de profesor de Filosofía, está “condenado” a abusar de la palabra (aunque confieso que a mí me parece una condena muy dulce) y a no poder recurrir habitualmente a las imágenes, lo que puede exigir al alumnado ejercitarse en un ”trabajo demasiado violento”, difícilmente soportable para muchos cerebros adolescentes. 

Hoy se ha empeñado la memoria en resucitar un recuerdo harto gratificante: mi participación como profesor preparador de un Equipo de cuatro alumnos del I.E.S “Jacaranda” en un Concurso de Debate, denominado FOROIDEA, en el que nuestro Centro obtuvo el Primer Premio en la Final de la Fase Provincial celebrada en el Centro Cultural Provincial de Málaga el 8 de febrero de 2001 y el Cuarto Premio en la Final de la Fase Autonómica de Andalucía, que tuvo lugar en el Auditorio Manuel de Falla de Granada, el 11 de marzo del mismo año, me hizo reflexionar como nunca lo había hecho antes, sobre “los placeres del entendimiento” que se pueden excitar a través del “debate académico” en el aula. Y es que el debate es, dicen los expertos, uno de los principales métodos de comunicación y formación para el individuo. A través de la confrontación de ideas, ampliamos conocimientos y puntos de vista y somos capaces de hacer cosas tan importantes como convencer a otros sobre alguna cuestión o liderar una acción.

 Decía el filósofo español José Ortega y Gasset que en todo debate dialéctico, vencer es convencer. Se trata de persuadir a nuestro adversario de que nuestras ideas -ni mejores ni peores, sino distintas- son las más adecuadas, a través de un discurso atractivo, lógico y argumentado. Y en todo debate entre dos o más partes, una de ellas, con sus razonamientos, termina convenciendo a la otra o a las otras de que estaban equivocadas. Por todo ello, un buen debate académico puede trasladar a los que participan en él la importancia, en un mundo cada vez mas complejo, del conocimiento, la reflexión y la búsqueda de información, con objeto de formarse una opinión propia de las cosas que ocurren a nuestro alrededor. Dicha opinión se confronta con la de otros participantes que, por un camino diferente, han realizado el mismo esfuerzo y quizá, llegado a conclusiones distintas. 

El debate es también una forma de expresión y decisión social, y es un hecho de que, para profundizar en un futuro mejor para una sociedad libre y democrática, es importante dominar las técnicas dialécticas, así como la confrontación de ideas desde el respeto y la tolerancia. En un debate académico bien llevado lo más importante es el aprendizaje para construir consensos y ponerse en la piel del otro y, lejos de la competencia en sí misma, no existen ni ganadores ni perdedores: se trata de un enriquecedor intercambio de opiniones sobre un tema determinado. 

Ya en el siglo V a. de C. el famoso sofista griego Protágoras decía que cada asunto tenía siempre dos caras. Y como, en principio, puede haber tantos argumentos a favor de una afirmación como de la negación de ésta, el ser humano hábil, inteligente y educado será capaz de defender, de modo alternativo, ambas posiciones. Son muchos los que piensan que si en un debate se es capaz de defender una idea en la que no se cree, lejos de generar confusión en el orador, ayuda a que éste comprenda y entienda diferentes puntos de vista. Es, tal vez,  la mejor manera de comprender que la realidad no es única y que admite múltiples interpretaciones, y rebatir una idea -afín o no- significa arrebatar los postulados del oponente, vencer, convencer, pero nunca ganar en el sentido literal y deportivo de la palabra. Por consiguiente, el ejercicio de asumir un papel a favor y en contra que permite el debate académico, puede llegar a conformar mentalidades abiertas y flexibles, una práctica extremadamente útil para la vida y el entendimiento entre y de las personas, las culturas y los pueblos. 

Muchas personas piensan que la habilidad para comunicar, para hablar eficazmente, es un don especial, una cualidad innata. Pero lo cierto es que hay técnicas relativamente fáciles para convertirse en poco tiempo en un buen orador y que aquellas personas que son capaces de vencer el miedo a hablar en público mejoran notablemente su autoestima, adquieren seguridad en sí mismas y suelen ser apreciados por los demás, lo que suele ser importante tanto en el terreno afectivo como profesional. El debate permite desarrollar la habilidad citada, la capacidad para expresarse de forma convincente y gracias a ello podemos tener éxito a la hora de expresar nuestras opiniones y defender nuestros intereses individuales (por ejemplo, al optar a un puesto de trabajo) y sociales (por ejemplo, en la participación en la vida pública).

Los teóricos nos dicen que, a  través del sistema educativo, se pretende preparar a los jóvenes para su integración en una sociedad que está en continua evolución y donde hay una diversidad de criterios, esto es, un individuo integrado en una sociedad plural capaz de confrontar sus propias ideas con las de sus iguales, aceptando y emitiendo críticas constructivas y promoviendo soluciones a los problemas que se planteen. Creo firmemente que el debate académico puede ser un medio privilegiado para lograr este objetivo general, dado que permite potenciar la capacidad de adaptación e interacción social del alumnado, estimular su creatividad, consolidar sus habilidades para el trabajo, tanto individual como en grupo, y desarrollar su autonomía y capacidad de crítica, por lo que me permito reivindicar desde aquí “los placeres del entendimiento” y el poder de la palabra, ese interés por la elocuencia y la oratoria que creció vigorosamente con el advenimiento de la democracia en la antigua Grecia, ese momento histórico al que tanto debemos los amantes de la Filosofía.

Rafael Guardiola

No hay comentarios: