domingo, 15 de diciembre de 2013

COLUMNA DE OPINION.A HOMBROS DE GIGANTES



Al parecer, una asesora del Ministro de Educación, José Ignacio Wert, preguntó hace varias semanas a la Cátedra “Ramon Llull” de la Universitat de les Illes Balears por el sueldo del señor Ramon Lull (por cierto, uno de los más insignes filósofos de la Edad Media, fallecido en 1315, lapidado, tras intentar, por enésima vez, convertir al Cristianismo a los seguidores de Mahoma en el norte de África con su pasión mediterránea y sus artificios lógicos ininteligibles para la inmensa mayoría de los mortales). Tal vez, nuestros gobernantes estén investigando sobre cómo aplicar los recortes en educación desde tiempos inmemoriales, con efecto retroactivo, y yo, con estos pelos.

 Ramon Llull es también el nombre del Instituto de Palma de Mallorca que me dio cobijo durante cuatro años, a principios de los 90, y donde tuve el privilegio de conocer, entre otros humanistas ilustres, a la historiadora catalana Montse Farràs i Castellarnau y a su entrañable familia. Los ojos de Montse son un dulce y vivo monumento a la inteligencia sutil que, con su porte aristocrático, salpica de luz, con destellos mil, el azul intenso e infinito del cielo de Ciutat. Montse es una mujer-cosmos que sonríe con los ojos y dibuja en el espacio un útero cálido y confortable nada más empezar a hablar, y que desea viajar a Cuba nada más jubilarse para refocilarse con la belleza natural hasta que se lo permita su res extensa. Estratega como la diosa Atenea y sustento del hogar y de los templos, como Hestia, ágil de mente y de abrazo fácil, en definitiva, capaz de vencer al dragón de Sant Jordi con ternura y firmeza, y de transmitir a sus hijos el legado ancestral del seny catalán, del que tantas cosas he aprendido y sigo aprendiendo. 

Ha querido el destino o Santa Tecla, que el ciberespacio me haya traído noticias frescas –como se decía en las historietas de Mortadelo y Filemón que muchos leíamos con fruición en la infancia, cuando todavía tenía pelo en la cabeza- de una antigua alumna reciente, Vicky Turiaf, quien me recuerda vivamente a mi amiga Montse por muchas razones. Venciendo las limitaciones que le ha impuesto la Madre Naturaleza, y seduciendo con una mirada tan poderosa como la mirada petrificante de la Medusa, Vicky se elevaba constantemente en mis clases, con su madurez precoz, “a hombros de gigantes”, en expresión del filósofo neoplatónico del siglo XII, Bernardo de Chartres. Siglos más tarde, Isaac Newton, en una carta a  Robert Hooke,  apostilló: «Si he visto más lejos es porque estoy sentado sobre los hombros de gigantes», recordándonos que es de bien nacidos ser agradecidos. Mi amiga Vicky se acusa de pesimismo y se acerca peligrosamente a la “nausea” del filósofo francés Jean-Paul Sartre, un maestro a la hora de explicarnos que debemos asumir que “el hombre está condenado a ser libre” y “que el infierno son los otros”. La construcción de nuestra existencia, de nuestro “proyecto vital”, implica tomar decisiones constantemente, de tal modo que no somos libres de dejar de ser libres. Y encima, la libertad de los demás nos persigue como el conejito de Duracell o las muñecas de Famosa, que se dirigían al Portal por estas fechas, gracias al libre mercado, con intenciones sospechosas.  Eres mi infierno, ¡qué le vamos a hacer! Entonces, se pregunta Vicky:  

¿Por qué sentimos tanto miedo, “al dejarnos llevar”?, ¿Por qué esa necesidad de aferrarte a esos “planes” al “así no debe suceder”? ¿Por qué nuestra conciencia, o al menos la mía, discrimina el vivir el momento?…¿Por qué no nos permite vivir sin tener esa necesidad de intentar ser “el ser más perfecto” en el mundo. A no transgredir el mal, ese lado oscuro, que solemos definir como “inmoral” y mantenernos siempre en la línea del bien.” Vicky tiene razón cuando me habla en su carta de esos “valores opresivos que obstaculizan el camino a la felicidad”. ¿Qué te parece, querida amiga, si resucitamos a Nietzsche, a Freud o a los dos juntos? No quiero que sientas la “náusea”, entre otras cosas, porque el propio Sartre confesó, en una entrevista, que él no la padeció. Aunque pensar al borde del abismo produzca vértigo, te has subido a hombros de gigantes, has derribado los ídolos –a martillazos lo hizo Nietzsche-, has borrado de un plumazo los grilletes del perfeccionismo, del tiempo lineal y has entonado un canto desesperado a la felicidad, sabiendo que ésta reside en los gestos más insignificantes y en los placeres mundanos de la memoria y la imaginación. Y lo que es más importante, has sido consciente de que somos nosotros mismos los que nos ponemos los grilletes, los que reprimimos nuestra “sombra”, abusando de Jung. Mi amiga Montse, con su seny catalán, te recordaría que “siempre nos quedará la risa”, adaptando ad hoc la famosa frase de la película Casablanca, que dice el protagonista, Rick Blaine, a su amante, Ilsa Lund, en el momento de su singular y dramática despedida.

Rafael Guardiola



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