jueves, 31 de octubre de 2013

EL CHURRIANERO ANTONIO VILLALBA CONSIGUE EL RECONOCIMIENTO LITERARIO DE LA TERMICA



En la Térmica hay fantasmas. Al menos uno. Se llama Javier, tiene diez años y le gusta jugar a asustar a las limpiadoras que cada día sacan brillo a las habitaciones de lo que antes de centro cultural fue un orfanato. Ayer, Javier tuvo que disfrutar de lo lindo convertido en el protagonista de una velada que lo rescató del más allá y lo trajo al más acá convertido en relato. Lo hizo de mano de Antonio Villalba Moreno, el ganador del ciclo 'Las contras de La Térmica' que organiza la institución cultural con Diario Sur con el ánimo de aportar puntos de vista diferentes y chispeantes sobre asuntos más que instalados en el imaginario colectivo. Si en el Día de los Enamorados se habló de desamor y en el Día de la Madre, de las madrastras, el asunto de ayer estaba más que claro: en la víspera del día de Todos los Santos, tocó hablar de vida, de muerte, y de vida después de la muerte. Y se hizo desde todos los puntos de vista: desde el literario -con el concurso de relatos- al emocional -el público que llenó sala compartió alguna experiencia asombrosa-, pero sobre todo el científico. Porque esos territorios comunes a los que se refieren a los que han hecho el viaje de ida y vuelta, es decir, el túnel, la sensación de paz, la luz intensa, la vida entera pasando en un segundo ante nuestros ojos y los paisajes evocadores, tienen una base que nada tiene que ver con los chascarrillos populares.

El baño de realidad en todas esas referencias que constituyen una indudable fuente de fascinación lo puso el psiquiatra forense José Miguel Gaona, el primero en asumir que ha aprendido «un montón de cosas para darme cuenta de lo que aún me queda por conocer». A ese empeño por arrojar luz sobre un terreno plagado de tinieblas lleva dedicándose el especialista más de media vida, por eso construyó su intervención de ayer sobre una eficaz mezcla de «ciencia y de experiencia». «Lo único claro -avanzó el especialista- es que todos los que estamos aquí vamos a morir, y que de nosotros aproximadamente el diez por ciento tendremos una experiencia cercana a la muerte». El doctor Gaona enganchó al público con un buen número de ejemplos y certezas -hay pocas, pero las hay- científicas: «El estado de bienestar que dicen sentir los que se han enfrentado a ese trance se debe a la secreción de endorfinas del cerebro... Luego puede venir la sensación de que abandonamos nuestro cuerpo, que podemos escuchar conversaciones ajenas incluso a cierta distancia y, sobre todo, que en el caso de los minusválidos esas limitaciones en sus capacidades desaparecen», dijo.

El factor cultural

Cada cultura, sin embargo, tiende a asumir la muerte de una manera completamente diferente, y esa visión determina además la manera en la que el individuo afronta ese momento. «En Asia por ejemplo no existe el túnel, sólo unas luces que se van agrandando», observó el doctor, que compartió mesa de debate tras el concurso de relatos con Sylvia Perel, directora del Festival de Cine de Todos los Santos (Baja California) y de origen mexicano, una cultura que celebra -literalmente- la muerte «como parte de la vida». Basta un dato: cuando mañana los cementerios españoles se llenen de familias más o menos compungidas recordando a los suyos, en México estas mismas familias se irán a comer a los camposantos cerca de los nichos de sus muertos en una suerte de jornada festiva que además está protegida por la Unesco.

Más cerca de esta visión colorista sobre la muerte se encuentra el escritor José Antonio Garriga Vela, que a pesar de haber nacido en Barcelona contempla el más allá «sin preocupación» e incluso es un tema recurrente en sus novelas. Con ellos, el presidente de la Asociación de Amigos del Cementerio de San Miguel de Málaga, José Luis Cabrera, muy agudo con la reflexión de que sus clientes «están muertos y enterrados» y que apuntaló un estimulante debate que se prolongó durante más de dos horas. Porque la muerte fascina como parte de la vida. De la realidad y de la ficción; de esa misma de la que se escapó el pequeño Javier para pedir, al final del relato, aplausos para Antonio Villalba. «Yo no puedo. Estoy muerto». También los hubo para los otros cuatro finalistas de este juego literario sobre el más allá: Francisco José Carrasco ('Todo cambia en un segundo'), Pedro Román ('Un sueño'), María José Peñalver ('Creer o no creer, esa es la cuestión') e Irene Sanz ('A la una').

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