El lunes pasado regresaba al
trabajo después del desayuno. La mañana era espléndida. Ya es primavera.
En Málaga. El sol de marzo se reflejaba en el mar. La brisa marina soplaba
suave. Estaba de buen humor a pesar del día de la semana.
Me llamó la atención
un señor mayor, bien vestido que se acercó a un contenedor. Giró varias
veces la cabeza antes de decidirse a abrirlo, miró en el interior y sacó algo.
No pude vislumbrar qué era porque, tal como lo cogió, lo guardó en su chaqueta
y corrió hasta doblar la esquina para perderse en una de las calles laterales.
No era la primera vez, ni será la
última, que veía a alguien buscar en la basura. Sin embargo, esta escena en
concreto me produjo una desazón que aún perdura, de hecho, me ha impulsado a escribir estas
líneas. ¿Sería por el buen aspecto que presentaba el hombre? ¿Por su edad?
Probablemente si el protagonista
de la escena hubiera sido otro no me hubiera dejado huella. Un indigente, un
demente, un pobre con harapos, seguramente mi subconsciente lo habría asimilado
sin avisarme y no habrían saltado las alarmas. Todo esto me preocupa porque nos
estamos acostumbrando a ver este tipo de situaciones sin darle la importancia
que tienen.
Estas personas que duermen en la
calle, que se alimentan en comedores sociales, que piden limosnas o hacen
pequeños hurtos son invisibles. No nos paramos a pensar qué circunstancias de la vida les han llevado
hasta la desesperación, hasta ese pozo
donde no se ve el final. Puede haber intervenido la mala suerte. Pienso que nos
habría podido tocar a cualquiera de nosotros. Leí en un artículo de Rosa
Montero “... en los momentos de inquietud, alivia recordar que la buena suerte
también existe. ¿Cuántas veces nos habremos salvado por un pelo sin saberlo?”
Estos personajes ya no reparan en
nada, sólo en sobrevivir, dejándose llevar por la sucesión de los días, por noches de cartón, por recuerdos de
tiempos mejores. Se han olvidado de la humillación, del sonrojo, les da igual
que la gente especule sobre ellos. Están en otra escala. La escala de lo
invisible.
Aquel señor que vi el pasado
lunes aún no había caído tan profundo. Se cuidaba de no ser observado por
otros, aún le avergonzaba ser descubierto rebuscando en un contenedor. No supo
que había alguien allí. Mirando. ¡Ojalá la realidad no fuera tan dura!
Y leo en los periódicos, y veo en
los telediarios, y oigo en la radio que la crisis comienza a menguar. Me
indigna cómo los políticos venden cualquier indicio de mejora en la situación
económica. Pretenden ocultarnos con el bosque la podredumbre de cada árbol.
Cierran los ojos ante la pobreza extrema, no quieren verla. Se escudan en la
leve recuperación global pero olvidan el sufrimiento particular.
Antonio Villalba
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