domingo, 2 de marzo de 2014

COLUMNA DE OPINION.ESTA NOCHE CENAREMOS EN EL INFIERNO




"¡Espartanos! ¿Cuál es vuestro oficio?", es el grito tribal con el que uno de mis alumnos más carismáticos del grupo C de Primero de Bachillerato arenga a las masas enfervorizadas y desgarra el silencio (es un decir), ejerciendo de improvisado rey Leónidas, en plena Batalla de las Termópilas. "¡AUU AUU AUU!", responde mi coro adolescente, derrochando testosterona con generosa osadía. Son más los hombres de Daxos, pero los trescientos espartanos que siguen a Leónidas sólo tienen un oficio, son un solo cuerpo, son el vivo ejemplo de la “solidaridad orgánica” de la que hablaba el sociólogo francés Émile Durkheim. Sonrío con satisfacción, porque mi alumnado ha conseguido de manera espontánea, y aunque sea fugazmente y con intenciones disruptivas, uno de los objetivos que me había propuesto a principio de curso, cuando organizaba los contenidos de mi ambicioso “programa de alfabetización emocional”. Es importante experimentar, por lo menos, de vez en cuando, ese sentimiento de unidad basado en metas o intereses comunes, comportarse con la gente, y yo no había encontrado todavía el procedimiento para escenificarlo en el aula. Doy las gracias, una y mil veces, a la película “300”, dirigida por Zack Snyder y a la escena de dicha película a la que aludió un jugador de la selección española de fútbol para festejar la victoria en la Eurocopa de 2012. Doy las gracias, una vez más, a mi alumnado por su insultante fuerza creativa: el mejor antídoto contra la parálisis intelectual. Además, ya tengo preparada la respuesta, para cuando volvamos a vernos las caras, en el caso de no ser recibido con el cariño que me merezco: "Espartanos, preparad el desayuno, y alimentaos bien, ¡porque esta noche cenaremos en el infierno!."

Sigamos con la tela de araña de los sentimientos. En su libro Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía, el filósofo español José Antonio Marina nos recuerda que “el estrés, la ansiedad, el miedo son funcionalmente útiles”, aunque nos hagan vulnerables. Pueden ser agradables, incluso, como lo testimonia el éxito de los libros y películas de terror o la práctica de los deportes de riesgo. Da la impresión de que estos “miedos normales” se ajustan a las peculiaridades de los estímulos que los provocan, sin suprimir nuestra capacidad de control y respuesta. El miedo se vuelve patológico cuando nos provoca una alarma desproporcionada y se torna en pánico. Tal vez por eso es una “enfermedad mortal”, a los ojos del filósofo danés Kierkegaard, y muchos interpretan la historia de la humanidad como una incesante lucha para librarnos del miedo y vivir en un mundo seguro. Obviamente, esto lo saben los que emplean el terror o la gestión del miedo como instrumentos de dominación política, como recomendaba Maquiavelo.

El 30 de julio de 2008, un hombre chino de cuarenta años, de nombre Vince Weiguang Li, apuñaló a un joven de veintidós años en el interior de un autobús canadiense. Los pasajeros y el conductor huyeron y aseguraron las puertas del vehículo para que no escapara el asesino, quien se paseó dentro del mismo con la cabeza de la víctima. Luego, se retiró al fondo del autobús,  cortó unos trozos de su víctima y se los comió. Vince hizo todo esto porque creía que su víctima era un extraterrestre. Lamentablemente, éste no es el argumento de un relato ni el resumen de un guion cinematográfico, sino un suceso que estremeció a los que lo vivieron en primera persona en un macabro viaje. Pero, imaginemos por un momento, que se tratase de lo primero, de un producto de “terror artístico” que nos obsequiase una experiencia del “miedo normal” del que habla José Antonio Marina. Para el filósofo norteamericano Noël Carroll las ficciones de terror nos hacen sentir miedo y asco, fundamentalmente, y éste es el precio que tenemos que pagar para satisfacer nuestra curiosidad. Gracias a estas ficciones podemos anticipar, de algún modo, nuestras reacciones en una situación similar, logrando con ello un cierto control sobre nuestras emociones: “nos exponemos a las ficciones de terror –saludamos al miedo y el asco que proporcionan- para endurecernos frente a lo que pueda pasar (…) al exponernos a un terror artificial nos probamos a nosotros mismos, y esperamos que pasar la prueba nos haga más fuertes”. Son, según Carroll, las paradojas del corazón. Aliméntense bien, por si acaso, no sea que tengamos que cenar esta noche en el infierno.

Rafael Guardiola







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