domingo, 2 de febrero de 2014

COLUMNA DE OPINION.LA FORTALEZA DE LA HIPOCRESIA





Estoy empezando a sospechar que mis reflexiones sobre el “Estado Clínico”, publicadas en “El Mirador de Churriana” en fechas recientes, han traspasado fronteras y llegado a nuestra “Madre Patria”, es decir, a la República Federal Alemana, con una velocidad insultante. El prestigioso semanario alemán, Der Spiegel ha resucitado, a deshora, unas polémicas declaraciones de Leon Eisenberg, el famoso psiquiatra estadounidense que descubrió el llamado “trastorno de déficit de atención e hiperactividad” (TDAH). Al parecer, Eisenberg afirmó con contundencia, siete meses antes de fallecer en 2009, que el TDAH es "una enfermedad ficticia" y que los psiquiatras deberían dedicarse, sobre todo, a indagar las razones psicosociales que llevan a determinadas conductas, en lugar de contentarse con la prescripción de fármacos diseñados ad hoc, para gloria de la industria farmacéutica. Eisenberg consiguió que se extendiera la idea de que el presunto síndrome tenía causas genéticas, liberando de responsabilidad a los padres y favoreciendo el tratamiento con medicamentos. Por si fuera poco, el Director Ejecutivo de la poderosa compañía químico-farmacéutica germana BAYER, Marijn Dekkers, nos obsequió, no hace mucho, con unas declaraciones curiosas, al afirmar que “nosotros –es decir, la compañía BAYER- no desarrollamos este medicamento para indios. Lo desarrollamos para los pacientes occidentales que puede pagarlo”. Será, por ello, únicamente a estos últimos, a los que quepa la posibilidad de ser redimidos de sus desviadas orientaciones sexuales, por obra y gracia de la química. Y es que para el nuevo cardenal español designado por el papa, Fernando Sebastián, afincado en Málaga, y en declaraciones al Diario Sur, la homosexualidad es "una manera deficiente de manifestar la sexualidad" y la orientación sexual "se puede normalizar con tratamiento", al igual que otras “deficiencias”, como la hipertensión o las hemorroides, pongamos por caso. Al fin y al cabo, ¡qué suerte tenemos los que vivimos en Occidente, aunque seamos “muy deficientes”!

                La pasión por el periodismo y el servicio a la ciudadanía corre por las venas de dos felinas mujeres de Churriana, Estefanía Galeote Nuño, redactora de “La Voz de Medina y Comarca” desde diciembre de 2008, que en su día tomó el timón de la Revista del IES Jacaranda, y se puso de chapapote hasta las cejas en la costa gallega para enmendar las lamentables consecuencias del naufragio del “Prestige” en noviembre de 2002, y Alba Jabato Domínguez, redactora en la publicación satírica “La Taberna Global” en su reciente aventura como estudiante en la Universidad de Málaga, y redactora también en su vida como voluntad de aventura. Abusando de su confianza y del respeto que les deben imponer mi alopecia y mis innumerables canas, no dudo en solicitar con frecuencia el asesoramiento de mis jóvenes amigas en materia de comunicación. Es una suerte tener cerca, gracias al ciberespacio, la opinión experta de dos personas atentas a la actualidad informativa, para así poder corregir la incontinencia especulativa y la oscuridad comunicativa a las que tan propensos somos los filósofos. No en vano, el ingenioso escritor Enrique Jardiel Poncela afirmó, recuperando viejos reproches de Aristófanes: “La Historia y la Filosofía se diferencian en que la Historia cuenta cosas que no conoce nadie con palabras que sabe todo el mundo, en tanto que la Filosofía cuenta cosas que sabe todo el mundo con palabras que no conoce nadie”. Y resulta que mis asesoras me han confirmado la sospecha: es altamente probable que la dimisión de Pedro J. Ramírez como Director del diario “El Mundo”, con independencia de las filias y fobias que pudiera suscitar, se deba a la retirada de la publicidad institucional administrada por nuestros gobernantes, desde la publicación del escándalo Bárcenas. Según los especialistas, la cantidad no invertida –no olviden que se trata de dinero público- podría ascender a unos 18 millones de euros, algo que no se puede permitir a fecha de hoy ninguna empresa española relacionada con la comunicación. En resumen: los españoles somos, entre otras cosas, copropietarios de Bankia y financiamos indirectamente operaciones de acoso y derribo de periodistas incómodos.

En otro orden de cosas, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman , Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2010, espíritu austero e incombustible, sigue dando conferencias a sus 88 años y viajando por el planeta con objeto de promocionar sus libros. En su última publicación,  ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?, se ha empeñado en poner en relación los conceptos de felicidad y riqueza. Aparentemente, la felicidad aumenta cuanto mayor sea nuestro PIB, y  tenemos la impresión de que la gente con mayor salario es siempre más feliz. Pero, para Bauman, la felicidad se mide por la justicia a la hora de distribuir la riqueza, no por la acumulación de ésta. Por ese motivo, en las sociedades donde reina la desigualdad, es mayor el número de los suicidios, las depresiones, la delincuencia y los miedos, en general. En definitiva, la riqueza no nos beneficia a todos: “para eso la gente tendría que invertir su riqueza, cosa que no ocurre siempre, y porque ello no revierte en más felicidad, porque la felicidad depende de la igualdad, de la equidad”. La globalización y el empobrecimiento de la clase media han hecho que se recorte la distancia entre los países desarrollados, como el nuestro, y el resto. Algunos informes dicen que en Estados Unidos estas desigualdades están llegando a los niveles del siglo XIX. El trabajador vive en estado de constante ansiedad, ya que el hecho de tener trabajo hoy no es garantía de que se tenga mañana. Por si fuera poco, gran parte de la población vive con la mala conciencia inoculada por la sociedad de consumo, por la “sociedad líquida”: nos dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, asumiendo riesgos excesivos para honrar a nuestro “dios”, el consumismo feroz. Para Bauman, la cultura del consumismo ha alterado profundamente nuestra vivencia de las relaciones humanas: “Mantenemos a nuestro compañero o compañera a nuestro lado mientras nos produce satisfacción, igual que un modelo de teléfono”, y hemos sacralizado una única forma de ser feliz: “la felicidad de comprar”. Por eso, “George Ritzer llama a los centros comerciales templos de consumo. Los domingos por la mañana las familias británicas no van a misa, van al centro comercial. Y es la gran salida familiar de la semana. Van no solo a comprar, sino a disfrutar mirando, viendo lo que hay”. Por el contrario, Bauman recuerda que en Polonia, en su juventud, “la gente era bastante feliz”. No tenían mucho que comprar, “pero vivían en comunidades solidarias, con buenos vecinos, que se ayudaban entre sí, cooperaban, y eso les daba seguridad, y, por otro lado, eran artesanos, o gente que en palabras del sociólogo americano Thorstein Veblen tenía ese ‘instinto de la humanidad trabajadora’. La felicidad deriva del trabajo bien hecho. La satisfacción que eso produce es extraordinaria. En nuestra sociedad, en cambio, nos definimos no por lo que hacemos sino por lo que compramos”. ¡Quién sabe! Tal vez estamos a las puertas de hacer de la solidaridad y el trabajo bien hecho las claves de la nueva sociedad.

Volviendo a Aristófanes, aprovecho la ocasión para agradecer a mi antiguo compañero de Tecnología, Miguel Ángel González, sus lúcidas objeciones a tanta teoría. Con su permiso, reproduzco sus críticas a Bauman: “Este señor dice cosas con las que todo el mundo estaría de acuerdo, por supuesto. Sin embargo las cosas son como son y no van a cambiar por el hecho de desear que sean de otra manera. Cuando la sociedad cambia (creo que ahora estamos en un momento de estos), tenemos dos opciones: adaptarnos a las nuevas reglas de juego y evolucionar, o cambiarlas. Lo que no vale es decir que, como me veo incapaz de cambiar las reglas no las cambio, pero tampoco me tomo la molestia de adaptarme. Hay mucha gente que se queja, añora el pasado y teoriza sobre lo que es ideal, pero que no hace nada. Supongo que es la postura cómoda”. Me consuela que no sólo los filósofos estemos en “las nubes”, dado que han venido los sociólogos, los psicólogos, los psiquiatras, los periodistas y hasta los teólogos a hacernos compañía. Pero no por ello el resultado deja de perfilar los contornos de un erial intelectual. Tenemos a mano la censura fácil de lo que no nos satisface, rumiamos nuestras desgracias, consentimos el imperio de la estupidez hecha carne, pero no sabemos o no nos atrevemos a ofrecer un modelo viable, capaz de hacer sanar las heridas del presente y hacernos beber el ansiado néctar de la esperanza. Construimos teorías, nos dedicamos a “interpretar el mundo”, pero como dicen Miguel Ángel o Karl Marx, no hacemos nada. Porque de lo que se trata es de “transformar el mundo” o, en su caso, “adaptarnos” (yo diría, “resignarnos”). El hecho de refugiarnos en los conceptos puede generar parálisis. Lo difícil es tener el suficiente valor o talento para cambiar la realidad, para emprender una acción política directa y consecuente. Y el miedo y la comodidad son malos aliados. El primero, nació con nosotros, como dice Hobbes. La segunda, es una de nuestras tendencias adaptativas naturales, como animales que somos.

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