Estoy
empezando a sospechar que mis reflexiones sobre el “Estado Clínico”, publicadas
en “El Mirador de Churriana” en fechas recientes, han traspasado fronteras y
llegado a nuestra “Madre Patria”, es decir, a la República Federal Alemana, con
una velocidad insultante. El prestigioso semanario alemán, Der Spiegel ha
resucitado, a deshora, unas polémicas declaraciones de Leon Eisenberg, el
famoso psiquiatra estadounidense que descubrió el llamado “trastorno de déficit
de atención e hiperactividad” (TDAH). Al parecer, Eisenberg afirmó con
contundencia, siete meses antes de fallecer en 2009, que el TDAH es "una
enfermedad ficticia" y que los psiquiatras deberían dedicarse, sobre todo,
a indagar las razones psicosociales que llevan a determinadas conductas, en
lugar de contentarse con la prescripción de fármacos diseñados ad hoc, para
gloria de la industria farmacéutica. Eisenberg consiguió que se extendiera la
idea de que el presunto síndrome tenía causas genéticas, liberando de
responsabilidad a los padres y favoreciendo el tratamiento con medicamentos.
Por si fuera poco, el Director Ejecutivo de la poderosa compañía
químico-farmacéutica germana BAYER, Marijn Dekkers, nos obsequió, no hace
mucho, con unas declaraciones curiosas, al afirmar que “nosotros –es decir, la
compañía BAYER- no desarrollamos este medicamento para indios. Lo desarrollamos
para los pacientes occidentales que puede pagarlo”. Será, por ello, únicamente
a estos últimos, a los que quepa la posibilidad de ser redimidos de sus
desviadas orientaciones sexuales, por obra y gracia de la química. Y es que
para el nuevo cardenal español designado por el papa, Fernando Sebastián,
afincado en Málaga, y en declaraciones al Diario Sur, la homosexualidad es
"una manera deficiente de manifestar la sexualidad" y la orientación
sexual "se puede normalizar con tratamiento", al igual que otras
“deficiencias”, como la hipertensión o las hemorroides, pongamos por caso. Al
fin y al cabo, ¡qué suerte tenemos los que vivimos en Occidente, aunque seamos
“muy deficientes”!
La pasión por el periodismo y el
servicio a la ciudadanía corre por las venas de dos felinas mujeres de
Churriana, Estefanía Galeote Nuño, redactora de “La Voz de Medina y Comarca”
desde diciembre de 2008, que en su día tomó el timón de la Revista del IES
Jacaranda, y se puso de chapapote hasta las cejas en la costa gallega para
enmendar las lamentables consecuencias del naufragio del “Prestige” en
noviembre de 2002, y Alba Jabato Domínguez, redactora en la publicación
satírica “La Taberna Global” en su reciente aventura como estudiante en la
Universidad de Málaga, y redactora también en su vida como voluntad de
aventura. Abusando de su confianza y del respeto que les deben imponer mi
alopecia y mis innumerables canas, no dudo en solicitar con frecuencia el
asesoramiento de mis jóvenes amigas en materia de comunicación. Es una suerte
tener cerca, gracias al ciberespacio, la opinión experta de dos personas
atentas a la actualidad informativa, para así poder corregir la incontinencia
especulativa y la oscuridad comunicativa a las que tan propensos somos los
filósofos. No en vano, el ingenioso escritor Enrique Jardiel Poncela afirmó,
recuperando viejos reproches de Aristófanes: “La Historia y la Filosofía se
diferencian en que la Historia cuenta cosas que no conoce nadie con palabras
que sabe todo el mundo, en tanto que la Filosofía cuenta cosas que sabe todo el
mundo con palabras que no conoce nadie”. Y resulta que mis asesoras me han
confirmado la sospecha: es altamente probable que la dimisión de Pedro J. Ramírez
como Director del diario “El Mundo”, con independencia de las filias y fobias
que pudiera suscitar, se deba a la retirada de la publicidad institucional
administrada por nuestros gobernantes, desde la publicación del escándalo
Bárcenas. Según los especialistas, la cantidad no invertida –no olviden que se
trata de dinero público- podría ascender a unos 18 millones de euros, algo que
no se puede permitir a fecha de hoy ninguna empresa española relacionada con la
comunicación. En resumen: los españoles somos, entre otras cosas,
copropietarios de Bankia y financiamos indirectamente operaciones de acoso y
derribo de periodistas incómodos.
En
otro orden de cosas, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman , Premio Príncipe de
Asturias de Comunicación y Humanidades en 2010, espíritu austero e
incombustible, sigue dando conferencias a sus 88 años y viajando por el planeta
con objeto de promocionar sus libros. En su última publicación, ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a
todos?, se ha empeñado en poner en relación los conceptos de felicidad y
riqueza. Aparentemente, la felicidad aumenta cuanto mayor sea nuestro PIB,
y tenemos la impresión de que la gente
con mayor salario es siempre más feliz. Pero, para Bauman, la felicidad se mide
por la justicia a la hora de distribuir la riqueza, no por la acumulación de
ésta. Por ese motivo, en las sociedades donde reina la desigualdad, es mayor el
número de los suicidios, las depresiones, la delincuencia y los miedos, en
general. En definitiva, la riqueza no nos beneficia a todos: “para eso la gente
tendría que invertir su riqueza, cosa que no ocurre siempre, y porque ello no
revierte en más felicidad, porque la felicidad depende de la igualdad, de la
equidad”. La globalización y el empobrecimiento de la clase media han hecho que
se recorte la distancia entre los países desarrollados, como el nuestro, y el
resto. Algunos informes dicen que en Estados Unidos estas desigualdades están
llegando a los niveles del siglo XIX. El trabajador vive en estado de constante
ansiedad, ya que el hecho de tener trabajo hoy no es garantía de que se tenga
mañana. Por si fuera poco, gran parte de la población vive con la mala
conciencia inoculada por la sociedad de consumo, por la “sociedad líquida”: nos
dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, asumiendo riesgos
excesivos para honrar a nuestro “dios”, el consumismo feroz. Para Bauman, la
cultura del consumismo ha alterado profundamente nuestra vivencia de las
relaciones humanas: “Mantenemos a nuestro compañero o compañera a nuestro lado
mientras nos produce satisfacción, igual que un modelo de teléfono”, y hemos
sacralizado una única forma de ser feliz: “la felicidad de comprar”. Por eso,
“George Ritzer llama a los centros comerciales templos de consumo. Los domingos
por la mañana las familias británicas no van a misa, van al centro comercial. Y
es la gran salida familiar de la semana. Van no solo a comprar, sino a
disfrutar mirando, viendo lo que hay”. Por el contrario, Bauman recuerda que en
Polonia, en su juventud, “la gente era bastante feliz”. No tenían mucho que
comprar, “pero vivían en comunidades solidarias, con buenos vecinos, que se
ayudaban entre sí, cooperaban, y eso les daba seguridad, y, por otro lado, eran
artesanos, o gente que en palabras del sociólogo americano Thorstein Veblen
tenía ese ‘instinto de la humanidad trabajadora’. La felicidad deriva del
trabajo bien hecho. La satisfacción que eso produce es extraordinaria. En
nuestra sociedad, en cambio, nos definimos no por lo que hacemos sino por lo
que compramos”. ¡Quién sabe! Tal vez estamos a las puertas de hacer de la
solidaridad y el trabajo bien hecho las claves de la nueva sociedad.
Volviendo
a Aristófanes, aprovecho la ocasión para agradecer a mi antiguo compañero de
Tecnología, Miguel Ángel González, sus lúcidas objeciones a tanta teoría. Con
su permiso, reproduzco sus críticas a Bauman: “Este señor dice cosas con las
que todo el mundo estaría de acuerdo, por supuesto. Sin embargo las cosas son
como son y no van a cambiar por el hecho de desear que sean de otra manera.
Cuando la sociedad cambia (creo que ahora estamos en un momento de estos),
tenemos dos opciones: adaptarnos a las nuevas reglas de juego y evolucionar, o
cambiarlas. Lo que no vale es decir que, como me veo incapaz de cambiar las
reglas no las cambio, pero tampoco me tomo la molestia de adaptarme. Hay mucha
gente que se queja, añora el pasado y teoriza sobre lo que es ideal, pero que
no hace nada. Supongo que es la postura cómoda”. Me consuela que no sólo los
filósofos estemos en “las nubes”, dado que han venido los sociólogos, los
psicólogos, los psiquiatras, los periodistas y hasta los teólogos a hacernos
compañía. Pero no por ello el resultado deja de perfilar los contornos de un
erial intelectual. Tenemos a mano la censura fácil de lo que no nos satisface,
rumiamos nuestras desgracias, consentimos el imperio de la estupidez hecha
carne, pero no sabemos o no nos atrevemos a ofrecer un modelo viable, capaz de
hacer sanar las heridas del presente y hacernos beber el ansiado néctar de la
esperanza. Construimos teorías, nos dedicamos a “interpretar el mundo”, pero
como dicen Miguel Ángel o Karl Marx, no hacemos nada. Porque de lo que se trata
es de “transformar el mundo” o, en su caso, “adaptarnos” (yo diría,
“resignarnos”). El hecho de refugiarnos en los conceptos puede generar
parálisis. Lo difícil es tener el suficiente valor o talento para cambiar la
realidad, para emprender una acción política directa y consecuente. Y el miedo
y la comodidad son malos aliados. El primero, nació con nosotros, como dice
Hobbes. La segunda, es una de nuestras tendencias adaptativas naturales, como
animales que somos.
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