Querido Antonio Villalba. He leído con interés y sumo cariño
tu último artículo publicado en “El Mirador de Churriana”, y te doy las gracias
por tu cariñosa referencia a mi persona. No obstante, en él hay una presencia
problemática de conceptos para la profesión filosófica: optimismo, sentido de
la vida, alegría….. A fecha de hoy, te confieso que no veo nada claro el
sentido de la vida. Prefiero pensar que nuestra existencia es absurda y que
debo asumir esta condición de la forma más digna posible. Esto último implica
no caer ni en la desesperación ni en la inacción (a esto lo llamaban
“compromiso” los existencialistas). Además, no encuentro incompatibles el
absurdo y el optimismo vital (seguramente, por eso soy un devoto del “teatro
del absurdo” de Ionesco y Beckett, entre otros). Por otra parte, muchas personas asocian el
optimismo a una actitud ingenua ante la vida. Este es el argumento fundamental
de las críticas de Cándido a Pangloss (un seguidor de Leibniz y su idea de que
vivimos “en el mejor de los mundos posibles”) en el conocido cuento de
Voltaire. No obstante, sin creerme ingenuo, pienso que la vida es, en general,
algo “agridulce”, “tragicómico”, aunque el lado trágico consuma la mayor parte
de nuestro tiempo. Salvo en momentos en los que uno desea “dar pena” porque nos
reporta beneficios (eso hago yo, por ejemplo, cuando digo que “quiero tetita”
porque “tengo pupa”), el descubrimiento del lado amable de la existencia, del
éxtasis de la alegría y el descontrol de la risa, hace que se produzca el imperio
de la inteligencia y que las cuitas del sistema límbico se vayan de vacaciones.
En cualquier caso, querido Antonio, todo esto no deja de ser una elucubración
pseudometafísica bastante dudosa, reñida incluso con las ciencias positivas.
Cuando lo confirmen las neurociencias espero brindar contigo y con tu
entrañable familia (y aunque no lo hagan también). Felices fiestas.
Rafael Guardiola
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