domingo, 3 de noviembre de 2013

COLUMNA DE OPINION:AMARGAS SON LAS RAICES DEL ESTUDIO




El emperador Marco Aurelio tuvo el buen gusto de nacer el mismo día que yo, y de aparecer fugazmente al principio de la película “Gladiador” dirigida por Ridley Scott. Fue también un destacado filósofo estoico, como el cordobés Séneca, y se atrevió a decir cosas tales como: “no debes apartarte de tus principios cuando duermes, ni al despertar, ni cuando comes, bebes o conversas con otros hombres”. En fin, que debemos estar siempre atentos para no desviarnos de nuestras firmes convicciones, hasta el punto de sacrificar el placer si fuera necesario, y tratar de representarnos anticipadamente los problemas de la vida como la pobreza, el sufrimiento y la muerte, mirándolos de frente y recordando que no son propiamente males, puesto que no dependen de nosotros. Las claves para este aprendizaje tan disciplinado y exigente son la meditación y la memorización, dos hembras muchas veces olvidadas en nuestras aulas. Les confieso, no obstante, que a mí me resultan más simpáticos los seguidores del Jardín de Epicuro, empeñados en gozar de la contemplación de la naturaleza, de la concentración en  los placeres presentes y pasados y, sobre todo, de la amistad. 

            Y se preguntará más de uno: ¿a qué se debe este desvarío conceptual? Seguramente se debe a la impronta que ha dejado en mí la carta que recibí ayer de uno de mis ex alumnos de Churriana, Jesús Fernández Jiménez, quien me agradece haberle despertado la pasión por el pensamiento crítico y la búsqueda activa de la justicia social. Lo cierto es que Jesús era ya un joven "comprometido", como se decía en tiempos de los existencialistas seguidores de Sartre, en aquel lejano día en el que nos conocimos. Si a finales de los sesenta el compromiso era casi "una moda", hoy parece relegado a los museos del pensamiento como una actitud exótica. ¡Bravo, Jesús, por tu ejemplo!

            La tarea actual de la escuela se enfrenta a dificultades muy serias, obstáculos que difícilmente puede paliar un marco legislativo como la LOMCE, una ley inspirada en las apetencias del mercado y alejada del espíritu crítico, que está acabando su periplo por el Senado y amenaza con inocular en las aulas el gris virus de la razón instrumental. Habitualmente, la institución escolar se tiene que hacer cargo de muchos elementos de la formación básica de los que, en otro tiempo, se ocupaba la familia. Tiene asimismo que lograr que alumnos y alumnas acepten someterse al esfuerzo que supone el aprendizaje en un momento en el que cuesta trabajo afirmar con el romano Catón: “amargas son las raíces del estudio, pero los frutos son dulces”, sin que te tiren algo a la cabeza,  y competir para ello, en muchas ocasiones, con la influencia de los medios de comunicación de masas. Además, el profesorado difícilmente puede apelar a la curiosidad de sus pupilos, puesto que, normalmente, estos disponen de una enorme cantidad de información, surcando el ciberespacio, de la que pueden echar mano con facilidad, con el mínimo esfuerzo. Todo muy lejos de las palabras del escritor argentino Ernesto Sábato: “el ser humano aprende en la medida en que participa en el descubrimiento y la invención. Debe tener libertad para opinar, para equivocarse, para rectificarse, para ensayar métodos y caminos para explorar”.

            Pienso que la escuela no debe limitarse a reproducir los valores y las actitudes sociales dominantes, sino que debe intervenir activamente en la vida cotidiana a través de sus instituciones. Por otra parte, la situación actual, a pesar de los dislates de algunos políticos, también abre posibilidades prometedoras porque la escuela pública democrática es una valiosa institución que contribuye a desarrollar la identidad personal y colectiva, el sentimiento de pertenencia a un proyecto común. No es, por tanto, un servicio más dentro del mercado, algo que eligen y exigen los clientes que en él intervienen. La escuela pública debe ser, ante todo, una escuela de ciudadanía.

            Y todo esto me atrevo a decirlo, siguiendo a Marco Aurelio y a Jesús Fernández, quienes me han recomendado no apartarme de mis principios, aunque esté durmiendo, ni al despertar, ni cuando coma, beba o converse con otros hombres.  

Rafael Guardiola Iranzo

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